Pese a no ser el protagonista, el Diablo es uno de los personajes más esperados por los espectadores de la Loa de los Santos Reyes Magos. En este episodio, las historias que hay detrás de su aparición cobran vida, así como su íntima relación con Herodes y la evolución que ha tenido a lo largo de los años.
En la edición del 11 de enero de 2011, el periódico El Heraldo, diario de circulación regional, tituló lo siguiente: “El Diablo se pasea por Baranoa”. Hacía alusión a las épocas de antaño, donde no existía el fluido eléctrico en el municipio y las personas creían que el maligno deambulaba por las calles del pueblo. Pero lo que cuenta el periodista Adlai Stevenson Samper no está tan lejos de la realidad.
Hace diez años que el Diablo se mudó al municipio apodado ‘corazón alegre del Atlántico’. Llegó al pueblo por una oportunidad de estudio, y desde entonces no se ha movido de sitio. Está casado, tiene dos hijos y un negocio al que nombró Nojoda!, que se encuentra cerca a la Parroquia Santa Elena de la Cruz, ubicada en el barrio que lleva ese mismo nombre.
Antes de ser Diablo, era simplemente Ronald González. Vivía en Barranquilla, ciudad que se encuentra a 30.9 kilómetros de su actual residencia y de la cual es oriundo. No obstante, nunca se sintió cómodo en aquel sitio. En realidad, jamás tuvo una casa en la que viviera por más de dos años, hasta que pisó suelo baranoero.
El Diablo arribó a Baranoa en octubre, y en enero del año siguiente alcanzó a ver la Loa por primera vez. Sus recuerdos son vagos, pero tiene algo muy claro: todo era muy diferente a lo que se hace en la época actual. Las piezas que logró ver no lo convencieron, pues la tarima no tenía decoración y el piso estaba en las “meras tablas”.
Tampoco entendía de qué se trataba la dramatización, así que no dudó ni un solo instante en retirarse de la plaza y dejar de ver la obra. No alcanzó a ver el final.
Pero un año después, Ronald se encontraría cara a cara con su destino: encarnar al Diablo en más de seis ocasiones. En aquel tiempo, Nadín Ospino Barraza, famoso por interpretar a Herodes en la Loa, fue escogido como director de la misma. González fue llevado al casting por su amigo Orlando Bolívar quien lo invitó a que se presentara, pues él tenía la misión de encontrar a personas amantes del teatro para que integraran la obra.
Ospino lo vio llegar y le dijo a Bolívar:
“¿Sabes qué? A mi me sirve su perfil como Diablo. Dile a ver si se atreve”.
Así mismo le pasó a Carlos González Silvera, a quien todos en el pueblo conocen por su apodo: Cuchufla. Alberto Ariza, quien interpretó a Herodes en la Loa 2020, tenía a cargo la dirección de la escenificación que se llevaría a cabo en enero de 1996. En años anteriores, el entonces director había visto al baranoero bailar vestido con una tanga brasilera durante un concurso llamado el Reinado del Cadillo, concepto que quería para el Diablo de la Loa que iba a dirigir.
“Él me vino a invitar, preguntando si me atrevía a salir en la Loa de Diablo así, y acepté”, cuenta.
A pesar de tener el mismo apellido, Cuchufla y Ronald han sido diablos distintos. Uno se caracterizó por ser revoltoso, cometiendo imprudencias en escena y causando risas en el público, mientras que la misión del otro ha sido la de causar impacto, temor e incluso miedo. Dos personajes opuestos que enmarcan a la perfección la evolución que ha tenido esta figura en la historia de la Loa.
En su primera Loa como Diablo, a Cuchufla se le prendió el bombillo: mientras estaba corriendo con la máscara en el escenario, saltó de la tarima y se enganchó en los hombros de Herodes. Con el artefacto echando candela, Carlos Martínez Gallardo, quien interpretaba a dicho personaje, empezó a gritar y cruzó la calle que lleva de la plaza hacia el cementerio. Por allá se cayeron, y algunas chispas rozaron sus pieles.
Y así se cumplió lo dicho en “Baranoa y su Loa de los Santos Reyes Magos”, libro de Benjamín Latorre: “El desorden reinaba cuando aparecía en escena el temido diablo”. Uno que no fue bien visto por la abuela de Martínez Gallardo, quien le propinó unos garabatazos con su sombrilla al inquieto Cuchufla.
Desde los inicios de la Loa, el papel de Diablo era asignado a la persona más atrevida que se presentara. Debía ser ágil para moverse en el escenario y perseguir a Herodes con cartuchos de pólvora, pero a su vez impactar al público donde se encontraba escondido. Y por eso, cuando fue convocado, Cuchufla se fijó en los movimientos de los Diablos Arlequines de Sabanalarga para desplazarse en la tarima. Sin embargo, su intrepidez ya venía de cuna.
Carlos “Cuchufla” González tomó de los Arlequines los pasos laterales, sus saltos con las rodillas hacia arriba y la forma en la que arrojan el fuego.
A pesar de que lleva cinco años trabajando como instructor del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) en los cursos de Marroquinería y Confecciones, la gente lo conoce por sus payasadas. Desde los nueve años supo que quería ser payaso, y en la actualidad se disfraza todos los lunes de Carnaval para representar un acto a las afueras del estanco Picao Licores. Su creatividad, así como su ingenio, no tienen límites: por eso sus compañeros le temían.
“Cada vez que yo hacía el papel de Diablo cometía alguna cosa, una imprudencia”, recordó claramente. Entonces, al siguiente año cuando lo invitaban o se presentaba, lo sancionaban. “Este año no vas a salir de Diablo, mira lo que pasó con Herodes”, le decían, y lo ponían de Centinela, Doctor de la Ley o Sabio Tolomeo, papeles más pasivos.
Pero, ¿qué cosas tan graves hacía Cuchufla para que no le dejaran repetir el personaje? En sus propias palabras, él salía con la intención de hacer “un Diablo jocoso que se quedara en la retina de la gente”. En una ocasión, pintado de negro y con un objeto en la cabeza que según él parecía un morrocoyo, se apareció en el pesebre como acechando al niño Dios. “Todo el mundo corría diciendo: “¡Ñerda, el Diablo como que se va a llevar al niño Dios””, porque yo rugía”, contaba en medio de risas.
Siempre que iba a hacer el papel de Diablo, sus compañeros lo revisaban buscando la “sorpresa” que tenía preparado para el acto. “Hey, Herodes está asustado, el man dice que no te vayas a exceder”, le decían. En una ocasión, hasta tuvo la osadía de añadirle más parlamento a su personaje, recitando unas décimas de un poeta local de las que todavía se acuerda.
Y ese fue el preludio de su destrucción real, pues en su última Loa, la jugadita de Cuchufla dejó a más de uno adolorido por los juetazos que dio con su rabo.
Ahora Cuchufla tiene más de una década que no hace parte de la Loa. Una columna lesionada e infinidad de anécdotas fueron las herencias que le dejó actuar en la tradición escénica popular religiosa más importante de la región Caribe. Cada vez que camina, su dolor le recuerda que fue Diablo. Nunca le deja olvidar que, intentando echar candela, pegó un brinco hacia la tarima y su sexta vértebra lumbar se llevó la peor parte.
“De pronto fue esa la manera de cobrarse que yo lo superé”, dice jocosamente. Pero esa misma persona que no deja de reírse con sus travesuras de Diablo, también le teme. De hecho, se atreve a decir que sus maldades fueron producto de haber interpretado a tan siniestro personaje. “Yo recordaba y decía: ¿por qué hice esto, por qué yo puyé con espinas de guamacho que tenía en el rabo a esas personas? Eso como que es que en ese momento el Diablo se apodera de la acción de uno”, concluyó.
Como la historia del difunto Turco Anor Aguad, una de las anécdotas más recordadas sobre el Diablo de la Loa. Mucho se habla de ‘El bajillo’, apodo por el que aún se le conoce en Baranoa, resaltando que fue él quien impuso que este personaje correteara a la gente del público. No obstante, su relato está lejos de ser tan gracioso, dicharachero y jocoso como lo era él en vida.
Nicanor Aguad decía que era “más malo que el mismo Diablo”. Así lo recuerda en su libro Benjamín Latorre, quien asegura que es la historia más agreste que le han relatado sobre el malévolo personaje. Como era costumbre, la pólvora era colocada en el rabo de este, pero en la Loa de 1954, al Turco Anor se la colocaron al revés. “La gente lo veía que se revolcaba y aplaudía”, contó el investigador.
“Creían que era parte del espectáculo, pero cuando gritó fue que vieron que se le había ido la candela”, narró Víctor Sierra, conocedor de Loa quien en aquel entonces era un muchachito de colegio.
Dicen que el Turco Anor perdió su sentido del humor por un buen tiempo, debido a las quemaduras que adquirió en su espalda en la madrugada de 1954. Quizás experimentó el sentimiento de culpa que también tuvo Cuchufla luego de interpretar durante tantos años a dicho personaje, o consideró que esta vez el Diablo se la había devuelto.
Pero bien dice González Silvera que el Diablo no se ríe, sino que hace rugidos. Por esa razón, muchos niños e incluso personas adultas le temían a pesar de no ser su intención. Como si es la de Ronald, quien en su audición para este personaje trató de representar a un verdadero demonio. “Y a ellos les encantó”, recordó. “Nadín dijo que eso era lo que quería para ese año, uno que inspirara temor”.
Y en eso Ronald es casi un experto, pues en las carnestolendas se disfraza de aterradores personajes en una comparsa llamada “El Club del Miedo”. Así que el Diablo tiene derecho a asustar a la gente dos veces al año: al momento de perseguir a Herodes y cuando es Carnaval. Con él se inaugura una nueva era de diablos, que inicia con su participación desde 2011 hasta 2015, y la cual retoma en el 2020 tras el llamado del director José Guzmán Carrascal.
Sin embargo, aquella Loa tan lejana no solo enmarca el cambio de actitud del Diablo, sino también de presencia en el escenario. Una que se logra proyectando la imagen del maligno a través de su vestuario.
Cuando el castillo se prende, el Diablo sale. Es el momento que muchos esperan, cuando Herodes finalmente empieza a pagar su eterna condena en sus antros. Los murmullos son acallados por el rugir del demonio, saliendo disparado de los altavoces. Pero la impresión es causada por la apariencia de este personaje: ahora, entre más grotesco y oscuro se vea, mejor.
A Cuchufla le tocaba hacerse su propio vestuario. Debido a su destreza en materia de confecciones, colaboraba con los atuendos del grupo, dejando para último momento el suyo. “Entonces me tocaba emparapetarme con algo, como la vez que salí pintado de negro que aparecí en el pesebre”, recordó.
En la actualidad, la Loa trabaja con un grupo de personas que se dedican exclusivamente a la realización de los vestuarios. En esos está incluído el del Diablo, cuyo concepto varía de acuerdo al año y al director de turno. De hecho, en algunas escenificaciones, los dirigentes han jugado un poco con la ilusión óptica y han puesto a más de una persona a realizar el siniestro papel.
Pero esto no siempre han resultado de la mejor forma, como aquel atuendo del 2011 que Ronald describió como “un pantalón de mapalé y una cara de burrito”.
“Nadín quería una bestia con cachitos de oveja, entonces la idea era que yo llevara el torso descubierto porque querían que me hicieran unos tribales. Y de la cintura para abajo la idea era que fuera un chivito”, explicó. Pero el concepto no fue captado por los responsables de su vestuario, quienes elaboraron una licra marrón oscuro con tiras, unas orejas puntiagudas y le pintaron unas rayas en su torso.
Nueve años después, Ronald admite que en esa presentación no se sintió cómodo, y que su desempeño no fue el mejor. “Yo me miré al espejo y dije no, qué decepción. Esto no da miedo, no es agresivo, es gracioso”, recordó. De hecho para él, luego de su experiencia en seis Loas, la clave de un buen desempeño en el escenario está en el maquillaje y vestuario que decidan para el Diablo.
“A mi casi nunca me gustaba el maquillaje que me hacían porque era como improvisado”, expresó. De acuerdo con González, los encargados no tenían un plan a seguir, sino que llegaban y le decían: “Bueno, ¿qué te hacemos?”. Así, en sus propias palabras, el Diablo quedaba como un payaso. Como aquella vez que le hicieron un maquillaje parecido al Guasón, el enemigo de Batman.
Así que decidió cambiar eso, y para la siguiente Loa le pidió a su amigo, Orlando Bolivar, que le ayudara a buscar un maquillaje digno del personaje que representaba. Tras pruebas con monturas y prótesis de látex, lograron dar con uno que les agradó, y decidió enfrentar al director de aquella Loa, José Guzmán Carrascal. Con su aprobación, la idea de Ronald y Orlando salió a escena, y en ese año pudo desempeñarse de forma magistral.
Tanto es así que de ese maquillaje aún conserva una fotografía que salió publicada en El Heraldo, donde el reportero gráfico logró captar de cerca su expresión terrorífica.
Al siguiente año, Farid West Ávila, encargado del maquillaje y quien también interpretó al Diablo en Loas de antaño, llevó su propia propuesta para el personaje. “Aprendieron que debían hacer un maquillaje más elaborado”, explicó Ronald. Y fue tan trabajado que terminó con dolor de cabeza luego de las tres horas que tardó su realización, pero considera que aquella, la Loa del 2014, ha sido su mejor presentación como el Maligno.
“Ese año Manuel Patrocinio Algarín habló muy bien de mi trabajo”, comentó con orgullo. “Dijo que quien había hecho el papel de Diablo estaba casi a nivel profesional” y que su desempeño había sido muy bueno en escena. Definitivamente, recibir elogios de una persona que tiene mucho conocimiento de Loa como Algarín le llenaron de satisfacción.
Por su parte, Cuchufla no cree que la apariencia sea un aspecto importante para evaluar el rendimiento del Diablo. “La cuestión no es esa, sino lo que hace en la tarima”, argumentó, como el jugueteo con Herodes, la forma de utilizar el escenario y el correcto uso de la pólvora. Este último elemento, sin duda, hace más atractivo al personaje.
Ronald González nunca había tenido experiencia con la pólvora hasta que se convirtió en Diablo. De niño nunca le llamó la atención, ni le gustaba jugar con ese tipo de cosas. Pero la primera vez que pisó el escenario de la Loa, en 2011, le tocó manipular “dos cablecitos” en medio de su actuación para encender las bengalas del trinche o tridente. “Era bastante difícil, porque estaba a oscuras y agitado en ese momento”, recordó.
En la actualidad no. Solo tiene que indicarle a los expertos en qué momento quiere que se prenda el artefacto, así como la máscara que lo acompaña y posteriormente el castillo de Herodes. Pero, a pesar de que dicho aspecto ha avanzado considerablemente con la utilización de la ‘pólvora fría’, los Diablos no han estado exentos de accidentes.
En los inicios de la Loa, el Diablo lanzaba al aire cohetes llamados Matasuegras y Carrucha. Cuando aún el escenario era elaborado con palma de coco, el Maligno corría por la plaza con una vacaloca, alarmando a los asistentes. Más adelante, cuando Cuchufla lo interpretó, los expertos en pólvora le entregaban la máscara ya prendida para que se desplazara por el escenario.
“Uno sabe que no la puede apuntar hacia abajo, sino como siempre teniéndola hacia arriba para que los cohetes o la candela salga”, explicó. Sin embargo, en una ocasión siendo el Diablo de la Loa casi se quema el decorado de la tarima. ¿Y en quién aún recae la culpa? En Cuchufla.
En cuanto a Ronald, él si se ha quemado con la pólvora que le incluyen a sus accesorios. “Yo tengo la particularidad de que siempre ando descalzo, y en alguno de esos años me he quemado fuertemente”, relató. En una oportunidad, pisó algo que quedó encendido en el escenario y le quedó sujeto a su pie mientras se deslizaba de lado a lado en la tarima. “Quedé unas semanas manco porque no podía apoyarlo”, contó.
Pese a todo, la característica más importante del Diablo es ser una influencia fuerte para Herodes. Eso lo hace llamativo, eso lo convierte en el malo. Así lo expresó el padre Juan de Jesús Serna, quien era párroco de Baranoa, en una entrevista otorgada al Diario del Caribe de 1958. “Así como Dante habla de las verdades eternas en su Divina Comedia, así la Loa nos representa al demonio, influyendo sobre las personas al arrebatar a Herodes”, expresó.
«A pesar de que el manejo de la pólvora
ha avanzado con el paso de los años,
los Diablos no han estado exentos de accidentes ».
Cuando Ronald González llegó a los ensayos de su primera Loa, el director Nadín Ospino fue muy enfático en que quería renovar el elenco en un 60 o 70 por ciento. ¿Su razón? Porque consideró que “las personas que habían hecho Loa durante mucho tiempo tenían malos hábitos con respecto a las cosas que se venían desarrollando”.
Pero esa acción se ha efectuado poco en la historia de la obra teatral, principalmente en un personaje que, aunque muchos lo crean protagonista del dramatizado, no lo es: Herodes. Su rol antagónico y de villano no impide que sea el favorito de muchos amantes de la Loa, así como ser considerado uno de los más difíciles en desarrollar.
De acuerdo con José Guzmán Carrascal, director escénico de la Loa 2020, la historia de este personaje es muy bonita. “Fue un señor que vino de la nada hacia arriba, ascendiendo por influencia del Senado romano”, contó. No obstante, también fue un ser humano perverso y, en palabras del timonel de la obra, “estaba pendiente de las intrigas y de que no lo fueran a traicionar”.
Herodes es señalado de ordenar la Matanza de los Inocentes, información encontrada en el Evangelio según San Mateo de donde es sacado el libreto de la Loa. Pese a esto, investigadores bíblicos como Daramola Olu Peters aseguran que se trata de un error en la traducción de la palabra “matanza”, alegando que quizás pueda tratarse del asesinato de sus tres hijos u algún otro que aspirase al trono.
Manuel Patrocinio Algarín le contó a Benjamín Latorre que, en las Loas de antaño, “el papel de Herodes lo soltaban por retiro o muerte”. Así que Baranoa no ha tenido un centenar de Herodes, sino unos pocos que han representado el papel durante muchos años. Y, aunque décadas recientes las duraciones no superan los cinco años consecutivos, la tendencia continúa: los nombres se siguen repitiendo.
Uno de ellos es Agustín Consuegra Ortega, quien ha representado a Herodes en siete ocasiones y también ha dirigido la obra. Su primera Loa, de mayores, fue en el año 2005 bajo la dirección de Minerva Ariza, directora que fue criticada por dicha elección. “Los señores mayores la criticaron mucho porque decían que yo era muy pelao’ y que estaba muy flaco”, manifestó.
Sin embargo, José Guzmán Carrascal, quien dirigió la obra en 2012, volvió a retomarlo para el mismo personaje en ese año. “Ahí empecé yo a escudriñar lo que es la vida de Herodes y fui madurando la voz, los gestos y todo”, expresó.
Para la Loa de 2014, Consuegra Ortega tuvo una gran misión: llegar a esa imagen deseada que tenían los directores sobre Herodes. “Entonces subí de peso, me dejé crecer el cabello, me hicieron unos visos cenizos tipo canas y me arrugaron la piel”, buscando la manera de borrar la imagen de Agustín Consuegra y que la gente viera al personaje. Pero según él, eso no es lo más difícil de interpretar al monarca idumeo.
“Herodes es un personaje que lo vienes conociendo cada vez que lo haces. Nunca terminas de conocerlo”, expresó. “La idea no es hacer de Herodes en aprenderte el texto”, manifestó, recalcando que, contrario a lo que muchos piensan, no se trata de gritar en el escenario sino modular la voz para lograr un tono que denote rabia.
Precisamente la voz fue uno de los aspectos que se le hizo complicado a Agustín. Antes de llegar a la ‘Loa de Mayores’, como se le conoce popularmente a la escenificación efectuada en el municipio, Consuegra hizo parte de procesos conocidos como Loa infantil y Loa juvenil, realizados por instituciones educativas de Baranoa. Durante ese paso de niño a joven, el actor sufrió al interpretar su personaje, siempre siendo Herodes, pues el desarrollo empezaba a hacerse visible.
“Entonces yo tenía que actuar con una voz sostenida, pero con el miedo, con la concentración de que no se me saliera el gallito del desarrollo”, recordó.
Pero, a pesar de toda la preparación, todo se define en el cuarto y último acto: cuando invoca al Diablo. Tanto Agustín como José Guzmán concuerdan en que, en esa parte, se evalúa el desempeño de la obra y que todo queda en manos de la persona que interpreta a Herodes. Por eso, no es un papel que los directores se tomen a la ligera, ni dejarlo al azar. También es la razón de que muchas personas repitan el papel durante varios años.
“En el monólogo uno termina sin saliva, con una presión en el cerebro como cuando tú tienes un dolor de cabeza que está latente”, cuenta Agustín. De hecho, el actor asegura que para esa parte es necesario jugar con la tensión del público y, para eso, hay que conocer las transiciones de los estados de ánimo de Herodes.
Sin embargo, este modelo es relativamente nuevo. En las Loas de antaño, Herodes maldecía e invocaba al Diablo. Este lo hacía correr con su pólvora y salía corriendo al templo de la Iglesia, que permanecía abierto en la madrugada, para que ambos se confesaran ante el sacerdote. Una tradición que murió hace poco, pero que tiene su base en las maldiciones que lanza a viva voz quien interpreta al Idumeo.
En resumen, el Diablo es la conciencia de Herodes, el personaje que acompaña al Maligno y que, incluso, en una ocasión, se convirtió en su alter ego con una capa negra. En el capítulo ocho del evangelio apócrifo de la Historia Copa de José el Carpintero, el evangelista relata que “Satán dio un consejo a Herodes” para que enviara a matar a Jesús recién nacido.
Así lo ha hecho ver Agustín en sus interpretaciones como Herodes, dejando que el Diablo juegue en la cabeza del Idumeo. “Es como cuando a ti te dicen “Oye, ¿tú por qué estás rabioso, que tienes el Diablo metido en la cabeza? Popularmente es eso”, explicó.
No obstante, en Baranoa existe una preocupación: se están quedando sin Herodes. La razón es que el semillero no está lo suficientemente fortalecido, y que las Escuelas de la Loa están dejando de realizar sus procesos por falta de apoyo. Por eso, para los hacedores de Loa como Agustín Consuegra, abrir las oportunidades es vital para mantener la tradición.
«En Baranoa sale el Diablo» es un reportaje multimedia sobre la Loa de los Santos Reyes Magos, la tradición escénica popular religiosa más importante del Caribe colombiano. El especial periodístico consta de tres capítulos y una introducción, que serán publicados en la plataforma de Paranawa.info.
Ilustraciones realizadas por Leandra Vargas Padilla.
La palabra Diablo se escribe con mayúscula inicial por intención del autor. Las fotografías y videos pertenecen a Paranawa.info a menos que se indique lo contrario.
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