La pandemia de enfermedad por coronavirus acabó con la ilusión que algunos colombianos tenían sobre tomarse unas pequeñas vacaciones durante (y después) de la Semana Santa. ¿Cómo pensar en desplazarse hacia otro lugar con el virus «respirando» en la nuca?
Con las maletas listas
Lo que al principio de mes era un viaje soñado -e incluso una hazaña lograda-, resultó ser un simple deseo para el grupo de amigos de María Alejandra Pérez.
Santa Marta era el destino que tenían reservado para las vacaciones de mitad de año, desde el pasado 5 de marzo cuando el coronavirus aún parecía un flagelo lejano y Colombia tenía una especie de barrera imaginaria impenetrable donde no llegaban las cosas que aparecían en las noticias.
“Eso por acá no llega”, se escuchaba comentar. “Y si llega se muere con el calor”, y san se acabó. No había nada más tranquilizador que escuchar decir que la tía de un primo del vecino había leído en WhatsApp que el virus no resistía a las altas temperaturas que se padecen en la costa colombiana.
Casi dos meses después, María se ríe de esto. Lo hace por redes, con stickers, porque no puede hacerlo “en persona”. El viaje estaba programado para su cumpleaños, a principio del mes de junio y con duración de tres días. Era una cabaña completa para 15 personas cerca al aeropuerto de “la sama”, como le dicen a la ciudad costeña famosa por sus playas.
“Para el 14 de marzo ya habíamos pagado la primera cuota de la estadía del lugar”, escribe por mensajería instantánea. Pero para esa fecha, el Covid-19 ya había ocasionado estragos en el país: el 6 de aquel mes fue confirmado el primer caso en Colombia, y en esa semana la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya había declarado la enfermedad por coronavirus como una pandemia.
El pánico colectivo se apoderó de algunos colombianos quienes, enloquecidos, salieron a comprar artículos de aseo en cantidades descomunales.
No obstante, esto no ocurrió solo en Colombia. Los jabones líquidos, los antibacteriales, los tapabocas e incluso el papel higiénico empezaba a escasear en las estanterías de los supermercados de Latinoamérica.
Todo esto era motivado por las escandalosas cifras que los noticieros registraban de Italia, país que en aquel momento era el epicentro de la pandemia. Centenares de contagiados, millares de muertos por día, y una despersonalización de la crisis era lo que se veía en los medios a diario.
Precisamente esos datos, que con sumo cuidado compartían los amigos de María Alejandra a través de WhatsApp, fueron los que les hicieron tomar la decisión de no continuar con su travesía hacia la capital del Magdalena.
El 17 de marzo, dos días antes de la cancelación del viaje, fueron confirmados los primeros casos de contagiados en Barranquilla. Esta ciudad, capital del departamento del Atlántico, se encuentra a 30 kilómetros de Baranoa, municipio donde residen María y sus amigos. En ese momento, la situación era complicada pues como reza el dicho popular, el coronavirus les respiraba en la nuca.
A las 8:50 de la mañana, Luis envió un pantallazo donde se leía que la cuenta oficial del Ministerio de Salud confirmaba esa noticia, seguido del mensaje de Jaime Pumarejo, alcalde de Barranquilla, quien lanzaba un mensaje de alerta a su población.
“Tomemos en serio el tema del coronavirus y respetemos las medidas de aislamiento social y prevención”, dijo el mandatario. A las 11 llegó el mensaje temido: “bueno, cancelen (el viaje a) Santa Marta pues”, proponía El Bebo, otro integrante. Era la acción lógica, pero los participantes de aquel grupo no se daban por vencidos con su idea.
“Como sea nos vamos para allá”, finalizaron. Pero los casos seguían en aumento: 75 contagiados eran confirmados ese día, y en el Atlántico la gobernadora Elsa Noguera decretaba toque de queda en los municipios.
La cosa no parecía mejorar en los días posteriores. El grupo de María Alejandra y sus amigos lentamente se convertía en un nuevo centro de información sobre el Covid-19 y, en la lejanía, quedaba su propósito original: enviar memes y organizar la próxima parranda.
No fue sino hasta el 20 de marzo cuando, luego de que se anunciara el aislamiento preventivo obligatorio por parte del Gobierno nacional, que la cancelación se consumaría.
“Nos pusimos de acuerdo para esperar un tiempo para ver si podían controlar la situación, pero a medida de que leíamos las noticias, las cifras aumentaban”, dice María, asegurando que la decisión fue unánime porque “claramente la salud y seguridad de todos es lo primordial”.
Pero este no era el único plan que ella y sus amigos tuvieron que “echar para atrás” por la coyuntura.
***
En Facebook es fácil encontrar eventos en lugares cercanos. En la reina de las redes sociales hay una pestaña dedicada exclusivamente a organizar y difundir los acontecimientos o celebraciones que toman lugar en determinadas partes del mundo. Incluso, hay compañías que pagan para promocionar los suyos, segmentando la información de la persona a la que quieren dirigirse.
Pero hubo uno que a María y a sus amigos les llamó la atención: “Estrellas en la Playa”. Este evento no fue publicitado más que en la página oficial del Grupo Apolo, un colectivo dedicado al estudio de la astronomía que organiza este campamento anual para fanáticos de la ciencia y el saber.
Este precisamente tomaría lugar los días 4 y 5 de abril, el abrebocas de la Semana Santa del 2020.
Los baranoeros ya tenían los tickets descargados en sus celulares para disfrutar de este evento, que prometía ser un camping diferente, cerca de la playa de Puerto Colombia y con la posibilidad de compartir un rato agradable con más aficionados al ámbito científico. Pero, para los organizadores, fue inevitable su cancelación.
El 12 de marzo, a través de sus redes sociales, los embajadores del “bacanerismo científico” informaron que “acatando las medidas que ha dispuesto la OMS y el Gobierno Nacional para garantizar la salud e integridad de las personas en eventos masivos”, decidieron aplazar “Estrellas en la Playa” hasta una nueva oportunidad.
Una nueva cancelación que se sumaba a la suspensión de otros eventos como la Asamblea Anual del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), hecho que también sucedería en el Atlántico.
Luego vino el anuncio del presidente Iván Duque. La cuarentena, como es comúnmente llamada, se abría paso entre el 25 de marzo hasta el 13 de abril*. En ese momento, para muchos estaba claro: la Semana Santa no sería una fecha para viajar, como algunos acostumbraban, sino de descanso en los hogares por cuenta de la enfermedad por coronavirus, y las alarmantes cifras que se presentaban en el territorio nacional.
Sin embargo, no era sorprendente pensar que unos pocos colombianos quisieran arriesgarse, sacando a colación esa llamada malicia indígena para irse a descansar a las poblaciones vecinas de su lugar de residencia.
Con lo que no contaban era que los lugareños, motivados por el miedo justificado contra la desconocida enfermedad, cerraran las vías de acceso a sus pueblos con tal de que ninguna persona, sana o contagiada, ingresara.
Pero el Gobierno y los mandatarios locales ya lo habían advertido con anticipación. En su programa habitual, que emite desde el inicio de la contingencia en los canales colombianos, el presidente Duque advirtió que las vías del país tendrían un control “estricto” para evitar el desplazamiento de personal no autorizado a sitios fuera de su lugar de domicilio.
Más no faltaron quienes no tuvieron reparo en hacer caso omiso a estas indicaciones, cuyo fin era evitar la propagación de la enfermedad en lo ancho de las regiones.
De acuerdo con las cifras entregadas por el Tránsito de la Policía Nacional, el primer fin de semana entre el 5 y el 12 de abril fueron inmovilizados 461 vehículos en Colombia, tras ser sorprendidos durante viajes de tipo turísticos en medio de la orden de aislamiento preventivo obligatorio.
En cuanto a las sanciones, desde el Ministerio de Transporte se indicó que, adicional a la inmovilización del automóvil, quienes incumplan las medidas serían sancionados por violar las medidas sanitarias adoptadas, incurriendo en prisión de cuatro a ocho años.
Sin peregrinar
De acuerdo con la Asociación Colombiana de Agencias de Viajes y Turismo (Anato), la Semana Santa es una de las fechas donde más se dinamiza el turismo del país. En el 2019, la expectativa era que se registraran 270.000 visitantes extranjeros, siendo frecuentadas las ciudades de Bogotá, Cartagena, Medellín, Cali, San Andrés y Barranquilla.
En cuanto a los nacionales, se conoce que durante estas fechas los colombianos fomentan el turismo local. Para marzo del 2020, la misma entidad aseguró que en los lugares más buscados en el año “no aparece ningún destino internacional”.
Pero en abril las cifras no fueron alentadoras para este sector: las empresas hoteleras, agencias de viajes, aerolíneas, entre otras entidades que lo componen, registraron pérdidas del 90% en las fechas de la Semana Mayor.
Sin embargo, una de las actividades específicas de esta época es la peregrinación. Según la Real Academia de la Lengua Española (RAE), peregrinar es andar por tierras extrañas, pero a su vez es ir en romería a un santuario por devoción o por voto.
Esta práctica es un fenómeno global, estudiado desde la antropología religiosa pues el peregrino, de alguna forma, encuentra y experimenta lo sobrenatural en los lugares a los que acude.
En Colombia, el turismo religioso es amplio. Está ligado a la herencia católica que los antepasados o primeros pobladores del país transmitieron de generación en generación, saliendo a relucir en los majestuosos templos y santuarios que están ubicados a lo largo del territorio nacional.
Acorde a la historia, es normal que estos sitios de congregación religiosa estén ubicados en ciudades o municipios que fueron puntos estratégicos durante la época de la colonia.
Así lo explica el fallecido licenciado en Filosofía y Letras Luis Suárez Pineda, quien en su texto celebración de la Semana Santa en algunas partes de Colombia, menciona que las celebraciones de Popayán, Tunja, Pamplona, Mompóx, entre otras, son famosas en el ámbito local por la majestuosidad de sus fiestas.
Este patrimonio es el legado que colonos y criollos le impregnaron a los festejos.
Por eso, las iglesias distribuidas en el centro histórico de Mompox, la Catedral de Sal de Zipaquirá, la Basílica del Señor de los Milagros de Buga, el Santuario de Nuestra Señora de las Lajas, entre otras, son algunas de las edificaciones más visitadas por las fechas sagradas.
Basílica del Señor de los Milagros de Guadalajara de Buga.
Pero no es el tipo de turismo al que María y sus amigos están acostumbrados. De hecho, bien podría parecer que la peregrinación no está en su vocabulario y que es un tema al que van más personas mayores que jóvenes en Colombia.
Sin embargo, Procolombia, entidad encargada de promover la inversión extranjera en territorio nacional y de vender al país como un destino para conocer, explica que generalmente este grupo generacional tiende a buscar “una experiencia más física”, mientras que las personas de avanzada edad “buscan algo más espiritual”.
“Este es un tipo de turismo que fideliza”, explicó la organización en una presentación de 2015. Además, aseguraban que los motivos para realizar dichos viajes “pero los más comunes son ofrendar algo, pedir un favor o cumplir con una tradición”. Así mismo, es desestacionalizador, lo que significa que no depende de una estación del año en específica para realizarse.
Pese a lo anterior, las fechas más comunes para visitar los santuarios son los Jueves Santo de la Semana Santa, cuando desde los municipios se viaja hacia las ciudades para realizar un corto peregrinaje a los altares de las Iglesias. Este acto fue frenado por la pandemia, que mantuvo a los católicos en sus casas y observando al santísimo a través de la pantalla.
***
Desde su casa en Baranoa, a través de las redes sociales y vislumbrando un desierto de cemento a través de su puerta, sigue en contacto con sus amigos. Ya casi nadie habla sobre el Covid-19, ya ha dejado de ser la sorpresa para convertirse en el pan de cada día.
Todo sigue igual, pero sin mencionan a Santa Marta. Ya nadie quiere hablar de ese viaje fallido.
“¿Vamos a viajar cuando se acabe el coronavirus?”, pregunta.
“¿Y tú crees que eso se va a acabar?”, le responden.
Esto bien podría ser la síntesis de lo que, durante la pandemia, se piensa sobre el futuro.
*El Gobierno decretó la extensión del aislamiento preventivo obligatorio hasta septiembre del 2020.