Contrarreloj: la primera línea

Fotografía: Ashkan Forouzani

Cuando el sol apenas nace en el cielo, Vanessa despierta. A veces varía su hora, pero a más tardar a las 7 de la mañana está sobre sus pies. Sus zapatos están en el patio de la casa donde vive con sus padres, y solo usa estos fuera de ella.

Dentro utiliza chancletas personales y un tapabocas diferente al que lleva puesto en su lugar de trabajo: el E.S.E Hospital de Baranoa. Allí trabaja como enfermera, una profesión que ejerce desde hace dos años y de la cual no pensó llegar a temer. Pero lo hizo, cuando todo empezó. 

Cuando iniciaron los reportes de primeros casos de enfermedad por coronavirus en Colombia, ella sentía miedo.

Vanessa admite que, para esas fechas, no contaban con los elementos de prevención necesarios “para lo que se venía”, y aunque la población del municipio no es descomunal comparada a las grandes ciudades, el hospital del casco urbano debía estar equipado para atender cualquier emergencia que se presentara. Ahora, casi tres meses después de esto, puede respirar un poco más tranquila.

Y solo un poco, porque el enemigo silencioso no les permite bajar la guardia. De hecho, en pleno mayo, Baranoa reporta 25 casos positivos de Covid-19, de los cuales 21 de estos están activos y 4 más recuperados*.

Los primeros afectados por la enfermedad fueron notificados por la Alcaldía del municipio en el mes de abril, tratándose de dos personas mayores de 60 años que eran pareja y se habrían contagiado fuera del pueblo.

La noticia llegó el día 12 y ya para el 23 se anunció con suma emoción la recuperación de William e Isabel, un motivo de júbilo para el corazón alegre del Atlántico que veía con suma preocupación la llegada del virus a su territorio. 

 

 

Pero antes, mucho antes de que la población de Baranoa empezara a enfrentarse con el coronavirus en su territorio, arribaron de Barranquilla capacitadores al hospital municipal. “Ellos nos enseñaron a tomar las muestras (para la prueba del Covid-19) con simulaciones”, recuerda Vanessa.

Desde ese momento, ella pudo sentir un cambio en la forma en que se afrontaba la emergencia: ya no estaban tan desprotegidos.

***

Vanessa sigue su rutina: cada tres horas se lava las manos y con un líquido verdoso, que nombra como una especie de desinfectante, limpia todo. En su lugar de trabajo, al que asiste todos los días, llega en su motocicleta e ingresa al recinto que no dejará de pisar hasta la tarde.

Ella misma lo dice: “es solo una entrada y una salida, a menos que tengas permiso para salir, como por ejemplo los que deben hacer las curaciones o el conductor que los transporta”. 

Dentro, cada cuatro horas deben cambiar el tapabocas que utilizan, uno que para el caso de ella es totalmente diferente al que porta en su casa. Su indumentaria no era nada diferente a lo que ya se usaba antes, aunque algunos elementos como los protectores les fueron entregados en caso de ser necesarios.

Ahora, en vista del aumento de contagiados por Covid-19 en el municipio, sus protocolos de bioseguridad han cambiado: “ahora usamos overol, el visor, monogafas y tapabocas” en toda la jornada*, cuenta. 

Su día de trabajo en el pueblo es muy variante. “Depende de lo que llegue”, afirma, aunque en su mayoría realiza consultas a través del celular. A los trabajadores del Hospital de Baranoa se les proporcionó una Simcard para llamar a los pacientes y realizar sus valoraciones de dicha manera, todo esto patrocinado por la contingencia.

Para esto, las personas deben estar agendadas, pues para efectos de organización los profesionales de la salud llevan el registro de estas llamadas. “Si una persona no contesta se deja la anotación”, aclara Vanessa.

Las personas que marcan al call center pueden ser atendidos por médicos que hacen teleconsultas, pero si el paciente llega a requerir una visita se envía a la persona encargada hasta la casa del mismo. Vanessa lo aclara, y es que todo se hace a domicilio hasta nueva orden, incluso la fórmula médica.

Pero esto sucedía muy poco antes del inicio del aislamiento preventivo obligatorio, comenta, pues según su percepción ha venido en aumento la cantidad de personas que requieren asistencia médica. 

***

La hora de salida es a las cinco, pero nunca se cumple. Siempre salen un poco más tarde. Ahí Vanessa vuelve a tomar la motocicleta e ingresa a su casa por el garaje; se quita el uniforme, cambia sus zapatos por las chacletas de baño y se reposa para meterse a la ducha. Esta es diferente a la que utilizan sus padres, así como también lo son los implementos de aseo como el jabón y el champú.

Hasta ese momento, ella no saluda a nadie en su casa. De hecho, solo se permite hacerlo cuando ya está cambiada para evitar posibles contagios -no solo de Covid-19-. En cuanto a su uniforme, su madre siempre lo lava con agua caliente una vez cumple su ciclo de enjuague. 

“Sí, hubo tensión al inicio, pero ya está normal”, cuenta. Sus padres solo le piden que tenga mucho cuidado, resumiendo el consejo de una mejor forma: ayudar pero no exponerse. 

***

¿Cómo se puede practicar para ser médico a través de una pantalla? 

Es una de las interrogantes que más ha rondado las redes sociales desde el pasado 15 de marzo, cuando las universidades y centros educativos del país fueron notificados de que las clases -esas que llenaban de vida los espacios de los templos del saber- serían a través de aplicaciones como Zoom, Google Meets, Hangouts y Microsoft Teams.

El sector salud, uno de los más sacrificados durante la contingencia por ser la primera línea de batalla entre el virus y los humanos, no solo ha puesto a sus mejores hombres y mujeres a combatir codo a codo con el enemigo invisible, sino que también ha dejado a sus aprendices en una posición incómoda.

“Los estudiantes no están yendo a prácticas porque no hay medidas de bioseguridad. No hay para los médicos, ahora mucho menos para los internos”, sentencia Natalia. Ella resume la situación actual de la mayoría de los estudiantes de medicina del país, cuyas actividades han sido suspendidas debido a la pandemia por enfermedad de coronavirus.

Como no podía ser de otra forma, la universidad donde actualmente cursa noveno semestre acató las órdenes de manejar el aprendizaje de manera virtual. 

No se compara, dice Natalia, y menos aún cuando ya se encuentran cursando un semestre donde deben ir a clínica. En el caso de su pensum académico, las visitas a los centros médicos inician desde sexto semestre con una materia a la que llaman “básica” por ser la principal del período y la que más créditos tiene. Antes de las rotaciones presentan la teoría, para así acompañar al doctor o doctora en su ronda.

“El trabajo clínico depende de la materia que te toque, pero en general se hacen historias clínicas a los pacientes”, dice. 

Lo que sí es una constante es el contacto directo que tienen con el paciente. “Debemos presentar la historia clínica al doctor, y como ellos conocen a sus pacientes nos van indicando”, asegura. Ahora se lamenta por no alcanzar a terminar las rotaciones, pero entiende la situación.

Su deber en estos momentos se basa en estudiar casos clínicos y presentar temas todos los días.

Para Natalia, el aprendizaje virtual ha sido una experiencia complicada, pues asegura que para las personas que viven en municipios se les ha hecho difícil mantener el ritmo por problemas de conexión. Sin embargo, una cosa sí está clara: “le aplaudo la labor a los docentes que les toca ir a trabajar con todo esto (la emergencia sanitaria) y aún así sacan su tiempo para organizarse y dar clases”.

*Cifras entregadas por la Alcaldía de Baranoa a través de sus redes sociales el 24 de mayo del 2020. 

*Información suministrada en el mes de mayo del 2020.

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Andrea Valentina Villamil Goenaga

Andrea Valentina Villamil Goenaga

Periodista colombiana. Ganadora del Premio a la Excelencia Periodística 2019 de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en la categoría Periodismo Universitario.

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