Lucía* no tiene sentimientos. O eso piensa. Ella no tiene corazón, ni alma, ni cerebro para mandar a su cuerpo. Y si eso es cierto -si y solo si es cierto-, entonces no quiere a Dios ni el Señor la quiere. Así lo cree, sentada en el patio de su casa con los pies recogidos en la silla, gritando como si un alacrán le hubiera arrancado el corazón.
La comida no le importa y el descanso mucho menos. A Lucía solo le interesa una cosa:
—¿Ya están las vestiduras en el suelo?—Pregunta.
Jhonny, su esposo, niega. Aún no hay nada en el piso y muy dentro de sí sabe que nada sucederá. Es 27 de enero del 2021, cuando está por caer la madrugada, pero la profecía de la segunda venida de Cristo no se ha cumplido. Y pese a que faltan menos de veinticuatro horas para el momento cero, él ya sabe la verdad.
En cambio, la negación de su marido a Lucía la vuelve un mar de llantos. Su cuerpo se estremece pensando en que su señor bajará del cielo y no la llevará con él por no tener sentimientos. Que sus hermanos ascenderán sin ella, dejando en el piso su ropaje como muestra del poder de Dios. Que no podrá hacer una vida con Jhonny en el paraíso.
“Cada minuto lo está contando ella y cada segundo la atormenta más”, dice él desesperado. Su esposa lleva dos meses en llanto continuo desde que supo que el Señor le había revelado al pastor Gabriel Ferrer la fecha en la que vendría, pero ella no se iría con él. El rapto sería el 28 de enero pero sin Lucía.
Fuera de la casa de Jhonny, la población de Isabel López, corregimiento de Sabanalarga, no duerme por esa misma razón. Desde que la comunidad alertó sobre los hechos a las autoridades, temiendo un posible suicidio colectivo, la prensa nacional e internacional posó su lente sobre el sitio ubicado a 50 kilómetros de la ciudad de Barranquilla en el departamento del Atlántico.
Los locales advirtieron que la congregación de la iglesia Berea, cuyo líder es el pastor Ferrer, tenía una cuenta regresiva con fecha del 28 de enero en la casita verde con rejas oxidadas ubicada en el barrio El Carmen. Ese sería el día en que la iglesia santa entraría “a la ciudad celestial”. A la “nueva Jerusalén”.
Y fue tal cual como una explosión. De repente, en el pequeño pueblo de casas bajitas y andenes de arena, no se hablaba de otra cosa sino de Berea. Unos temían que la anécdota burlesca y un tanto macondiana acabara en tragedia, mientras que otros estaban preocupados por las vidas humanas que habían dentro de la vivienda: 17 personas, incluyendo niños que, según ellos, eran sometidos a ayunos prolongados.
Las hipótesis de lo que sucedería eran variadas. La más fuerte de ellas hablaba de que, con Berea, podría repetirse la historia de Jonestown donde miembros de la secta estadounidense llamada el Templo del Pueblo, murieron tras inyectarse o beber cianuro inducidos por su líder Jim Jones. El hecho, ocurrido en noviembre de 1978 en la República Cooperativa de Guyana, dejó 913 muertos entre niños y adultos que seguían las indicaciones del pastor.
Por eso, no era extraño que a los vecinos del sector les inquietara la residencia. Misma que se encontraba sellada con cintas de peligro, como si lo que hubiera dentro se pudiera contaminar por la presencia de mortales.
“Todo el que no está ahí dentro se contamina”, dice Jhonny. De esa manera Lucía se apartó de su esposo y desde hace más de cuatro años ya no viven juntos. Al no pertenecer a la misma iglesia que ella, él no podía acercarse o terminaría contaminandola. “Así sea primo, hermano, hijo, tienen que apartarse de ellos”, explica.
Pero no era lo único que debía dejar a un lado. A Lucía la contaminaba la música, la televisión e incluso la ropa que tenía ciertos patrones. “Si le compraban un suéter le tenía que mirar la etiqueta o el dibujo. Si el dibujo tenía una muñeca, ella comenzaba a mirarla y a voltearla, y si encontraba los dedos alzados, esa era la señal del diablo”, cuenta su esposo.
Los platos y vasos no podían tener una cruz, las chancletas tenían que ser de un solo color e incluso la etiqueta de la ropa no debía poseer un torito u otro animal con cuernos. Todo eso era maligno, era el pacto con el diablo que hacía la marca o la persona para obtener dinero o fama. Era el rezo efectuado para poder entregarlo al público.
A Jhonny todo eso lo confunde. No logra entender cómo un aro alrededor del sol puede ser señal de que vienen cosas malas, o que una piedrecita a un costado de la luna es la prueba fehaciente de que el mundo se va a acabar. Todo eso le decían a su esposa pero a él, desde aquel entonces, le parecía un comportamiento excesivo y extraño.
Incluso cuenta que la persona que ayudó con el ingreso de Lucía a Berea salió de la comunidad por esa misma razón: “lo hizo al ver todas las cosas raras que estaban alrededor”. Y ese es el epítome de la situación para Jhonny, pues en el barrio todos lo saben pero nadie dice nada.

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Llega el día 28 de enero y fuera de la casa verde el bullicio aumenta con el pasar de los minutos. Periodistas corren, las autoridades acompañan y los curiosos no dejan de observar cómo dos personas son subidas a una ambulancia con rumbo desconocido. Los vecinos temen lo peor, pero lo que ocurre no es nada de lo que se imaginan: todo el problema es producto de una piedra.
“Ellos manifestaron que hubo una situación en la madrugada, sintieron un ruido en el techo y eso alteró a uno de los miembros de la comunidad”, explica Luis Fernando Moreno, personero municipal. Él intenta atender cada pregunta de la prensa mientras el equipo médico, dispuesto por el municipio para atender el acontecimiento, evalúa a la persona. El dictamen médico es rápido: el feligrés tiene la presión alta.
Aún es temprano pero el sol ya empieza a calentar cuando la ambulancia se retira de la calle. El día se acaba a las veintitrés horas con cincuenta y nueve minutos y la gente al mando se prepara para estar en vigilancia permanente fuera de la residencia. Todo esto para “evitar que algún tipo de desenlace que ninguno de nosotros quiere” suceda.
Pero a dos cuadras de allí, en una casa blanca con detalles azul cielo, Lucía se inquieta por la visita de una psicóloga.
Desde finales de diciembre, en la iglesia tomaron la decisión de que no era apta para Dios. Ella había cometido un pecado muy grande -imperdonable- y por eso debía pagar: nadie se le podía acercar, y mucho menos en la víspera de la segunda venida de Cristo.
—Estate quieta, cuidado vas a coger para allá—dice Jhonny el día del momento cero.
—Pero, ¿para dónde voy a coger? ¿No ves que ellos no gustan de mí? ¿Tú no ves que ellos me dijeron que yo soy un pecado mortal?
Sin cerebro al mando, sin corazón para sentir y sin alma que ascienda a los cielos, era lógico para Lucía que ella no podía querer a Dios. Su cuerpo no tenía vida, era como un costal vacío y pesado que se movía en automático y no sentía nada. Pero ella callaba. A pesar de su sufrimiento, no era capaz de decirle a Jhonny cuales eran sus pesares.
“Nosotros creíamos que tenía que ver con otras cosas, pero a ella lo que la estaba matando es lo que allá le estaban diciendo”, dice él, reviviendo los días de diciembre que aún estaban frescos en su memoria.
Por aquellas fechas, Jhonny no sabía toda la verdad: su conocimiento sobre el tema se limitaba a que a su esposa la habían apartado de la iglesia y que se sentía mal. Él admite que quería que le contara cuál era el pecado que, según sus hermanos, ella había cometido. La razón era simple: para tener de dónde agarrarse, porque si algo tenía claro en esos días era que habían atentado contra su salud. Y por eso luchó para que lo oyeran.
Su clamor fue escuchado el 27 de enero en la tarde, cuando las autoridades ingresaron a su casa para valorar a su esposa. Lucía no aceptaba ninguna clase de visita pero la convencieron para que abriera sus puertas a quienes querían ayudarla. “Necesitaba un profesional, porque si no ella no sale de ese problema”, asegura su esposo.
Vicente Verdugo, secretario del Interior de Sabanalarga, explicó que el cuerpo médico determinó que, físicamente, Lucía no tenía problema alguno. Fue allí cuando alertaron que aquello que la aquejaba debía ser tratado por un profesional de la salud mental, y que esperaban que aceptara ser llevada a un centro de rehabilitación.
“Mientras ella esté en la casa nosotros no tenemos vida”, decía Jhonny. Pero fue una misión casi imposible: Lucía no quería separarse de sus hermanos a pesar de que ellos ya no deseaban verla. Ella estaba segura de que algo sucedería el 28, así que resolvió que iba a esperar hasta que las vestiduras se encontraran en el suelo.
Si el señor no descendía, resucitaba a los muertos y se llevaba a los creyentes dejando en el suelo la ropa como muestra de lo ocurrido, ella aceptaría que se la llevaran sin ninguna objeción.
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“Cristo viene” está escrito por toda la casa: en el cuarto hay cinco, en el palo de coco hay otro, en los vasos y platos también, en las paredes de su patio hay más, e incluso en el espejo en forma de hoja que se encuentra en la sala. Cristo viene, el pastor lo dijo y Lucía lo cree.
Pero, contrario a lo que sus vecinos temían, no se trataba de un acto espantoso ni tampoco insinuaba que iban a atentar en contra de su vida. Desde diciembre, Berea se preparaba para el arrebatamiento de la iglesia o el rapto: el momento en el que Jesús descendería y resucitaría a los muertos que tuvieron una vida santa para llevarlos, junto a los creyentes vivos, al encuentro con Dios en el cielo.
En la Biblia, esta promesa está mencionada en el Evangelio según San Mateo, la Segunda Carta a los Tesalonicenses y en el Apocalipsis de San Juan. En síntesis, tanto los vivos como los muertos resucitados serán llevados al encuentro con Dios y este será permanente.
Esto también es mencionado en el libro “El Reino Eterno, descendencia, tierra y Gobierno” escrito por los pastores de la iglesia Berea, Gabriel Ferrer y Yolanda Rodríguez. Allí, argumentan que el pasaje de Isaías 64, del 1 al 4, proyecta la imagen de que Dios rompe los cielos: “Y ciertamente esto es lo que acontecerá en el arrebatamiento de la Iglesia, cuando el señor Jesucristo descienda a dicho espacio para recibir a la esposa, los hijos de Dios glorificado”.
De este tema también hablan los pastores en los devocionales diarios. En el episodio 28 titulado “Los mandamientos de fe para ser arrebatados”, enseñan que los preceptos de Dios son guardados cuando “oramos en todo tiempo pero no por deseos terrenales (…) para que cuando el Señor venga nos encuentre limpios, nos encuentre con las vestiduras puestas”.
Preparados. Para Berea, la preparación hacia el momento en que dejarían el plano terrenal empezó desde el 20 de diciembre del 2020 con la despedida. Unos se despojaron de sus bienes materiales mientras que otros abandonaron sus casas para congregarse con sus hermanos. Los que tenían empleo decidieron renunciar y algunos que contaban con alimentos como maíz o panela los repartieron entre la comunidad. Después de todo, en el cielo no necesitarían nada de eso.
Para Lucía ese era el paraíso. Uno en el que quería que Jhonny estuviera:
—Allá vamos a ser felices—decía Lucía entusiasmada—allá tendremos muchos hijos.
Pero esta ilusión ya la habían sentido antes, pues el 28 de enero no era la primera vez que la comunidad de Berea se preparaba para el fin de los tiempos o la llegada de Cristo. Jhonny afirma que habían dado la fecha del 15 de abril del 2019 como el día en que el mundo tendría fin. “Tú vieras todo lo que se viene”, le decía Lucía a su esposo. En aquella ocasión él sí estaba atemorizado.
Durante los primeros días tras la explosión de la noticia, en el barrio El Carmen comentaban que la primera fecha que la iglesia había dado para el arrebatamiento fue el 24 de diciembre del 2020. Y aunque nada sucedió aquel día, nadie podía asegurarles que todo iba a transcurrir de igual manera el 28 de Enero.




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Lucía pasó de ser el prototipo de esposa perfecta a un ser que Jhonny casi no logra reconocer. Ella era alegre, una mujer fiel a Dios que se relacionaba con todo el mundo y compartía sus alimentos con los demás familiares. Pero, cuando cambió, nadie se le podía acercar porque ella se podía contaminar. Ni siquiera su hijo, quien se encuentra desesperado por la situación de sus padres.
“Él dice que ya no lo soporta”, comenta Jhonny “Se la pasa llorando porque nunca había visto a su mamá así”. Desde hace más de un año su hijo vive con él, pues Lucía misma “le dijo que se tenía que retirar porque no estaba apto para vivir con ella”. Dentro del hogar existían muchas prohibiciones que iniciaron desde que ella empezó a hacer parte de la sede de Berea en Isabel López.
En palabras de su esposo, Lucía le dedicaba más tiempo a la iglesia que a su familia hasta el punto en que había empezado a dejar perder ropa. Como sastre, le dolía que su esposa no quisiera utilizar las prendas de vestir que él conseguía porque iban en contravía a sus creencias. Las tiraba, las dejaba perder. Fue allí que ambos se empezaron a preguntar por qué ocurría tal situación:
—¿Qué haces tú tanto tiempo allá?—Le preguntaba Jhonny.
Ante eso, Lucía respondía con la Palabra y lo mandaba a arrepentirse:
—Siempre arrepiéntanse porque se van para el infierno. Nosotros somos salvos.
Jhonny admite que eso desencadenó violencia verbal en su casa: discusiones tras discusiones, peleas tras peleas. “Llegué a tratarla mal hasta que en un momento me di cuenta que ya no más, que tenía que dejarla seguir en su mundo y nosotros apartarnos de ella”, cuenta.
Pero en el fondo sabe que todo fue por él.
En el barrio hay un dicho popular que dice: “a Jhonny lo sacan muerto de la casa y al rato viene con el diente mondao”. Nadie sabe cómo sigue vivo pese a estar en riesgo de muerte en varias ocasiones, no solo por la enfermedad que padece -Lupus- sino por las múltiples operaciones a las que su cuerpo ha sido sometido. La primera de ellas fue directo al corazón.
“Ella entró (a la religión) hasta por mí. Ella se entregó y siempre ha sido una mujer fiel a Dios”, dice Jhonny. Su esposa recibió el apoyo y consuelo de la comunidad religiosa, encontrando tanto fortaleza como el milagro que tanto deseaba.
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Lucía ha estado en Berea desde los inicios de la comunidad. Aunque no es claro si hizo parte de la “Iglesia Casa sobre la roca”, una institución a la que Gabriel Ferrer llegó e introdujo su propia doctrina para así dividirla y fundar su iglesia. Sus vecinos aseguran que junto a ella iniciaron el camino hacia la santidad en dicha congregación.
Berea ya tenía sede en Barranquilla y el pastor Ferrer fundó la propia en Isabel López. Junto a su esposa Yolanda Rodríguez, manejaban la iglesia mientras eran profesores de la Universidad del Atlántico, institución a la que Ferrer renunció el primero de diciembre del 2020 por una “orden directa” de Dios.
“Renuncio a la Universidad del Atlántico por una orden directa que me dio el Señor Todopoderoso; yo no quiero nada más sino obedecerle y adorarle y el tiempo que he estado en esta Universidad ha sido para testificar del Rey”.
La carta, dirigida al rector del alma mater José Rodolfo Henao Gil, argumentaba que Ferrer tenía un vacío cuyo motivo era la falta de eternidad de vida. En la misiva, recuperada por el portal ZonaCero, el ex docente catedrático e investigador reconoce que se declaraba ateo y agnóstico en el pasado y que estaba equivocado: “De esto me he arrepentido y me arrepiento, porque no hay mayor pecado que negar al autor de la vida”. Pero, lo que más llamó la atención de la opinión pública fue el segundo motivo de su renuncia:
“Y hay otra razón, y es que tengo la firme convicción y certeza de que Cristo ya está a la puerta y viene por su Iglesia, de la que formo parte y la cual pastoreo por la misericordia y gracia de Dios; el Señor Jesús está a punto de llevarse a todos los que creen y permanecen en Él y en su palabra”.
Pastor renuncia a su cargo … by Zonacero
A fecha del primero de diciembre, Ferrer ya aseguraba que estaba “a punto de manifestarse el poder de la resurrección de Cristo en los que murieron creyendo en él”, un signo indiscutible de que sucedería el arrebatamiento de la Iglesia. Al leer la carta, muchos comentarios saltaron con la hipótesis de que la profecía se debía a la necesidad casi imperativa de conseguir resucitar a alguien. Unos cuantos le dieron nombre: su hija.
“Las clases del profesor Gabriel se dividen en dos etapas, el antes y el después del fallecimiento de la hija”, comenta Ricardo*, ex alumno de una de las cátedras de Ferrer. El estudiante afirma que, aunque era estricto con sus clases, el semblante del pastor cambió radicalmente luego de dicho deceso, mientras que su esposa pasó a ser una persona ostentosa con sus prendas de vestir y accesorios.
Otro aspecto que cambió fue su relación con la religiosidad. “Él siempre terminaba las clases con una corta prédica, pero luego de la muerte de su hija empezaron a entregarse mucho más a la Palabra y hablar más de este tema dentro del aula”, dice Ricardo. Adelaida*, quien fue parte de la clase de Teoría Literaria I que inició el 10 de febrero de 2014, asegura que Gabriel no daba su brazo a torcer en este tema:
—Hablaba bastante de la religión en sus clases, tanto así que debatía con quien no compartía su punto de vista.
Ricardo nunca lo recriminó pero admite que siempre pensó que era algo que no debía hacerse dentro de la universidad: “tendría que fijarse más que todo en las clases porque cada uno profesa la religión como a uno le plazca”, dice.
Lo que sí concuerdan tanto Ricardo como Adelaida es que Ferrer y Rodríguez invitaban muy seguido a sus estudiantes a Berea. “Recuerdo que como para el 2016 hubo un paro en la universidad y no se podían dictar las clases, así que él dijo que debíamos ir a tomarla en su iglesia”, asegura la chica.
Pero los estudiantes no se quejaban: en algunas ocasiones, ir a Berea significaba un aumento en la nota final del trabajo. “Si no daba tiempo de entregar el trabajo en la universidad, lo podíamos hacer en una fecha equis en la iglesia de ellos”, asegura Ricardo. Según el alumno, para poder recibir el trabajo, debían esperar a que la prédica finalizara y eso hacía que la calificación subiera.
Nunca logró saber cuánto es el incremento o si es suficiente para pasar la materia, pero reconoce que la única vez que acompañó a su compañera a la institución esta logró aprobar.
La historia de Ferrer, Rodríguez y su hija se empezó a comentar en Isabel López tras los primeros días en que la noticia explotó en los medios de comunicación. Jhonny asegura que, antes, el pastor iba “muy poco” al corregimiento, y que prefiere no comentar sobre los rumores porque no sabe “hasta dónde eso es verdad”.
Su única preocupación es Lucía y, aunque ya no existía entre ellos una relación per se, él es la única persona que ella ha buscado como apoyo:
—Ahorita lloré porque no aguanté—dice Jhonny—Tenía un dolor y me abrazó duro. Me dijo “cálmate que vamos a salir de esto”.
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La de la Segunda Venida de Cristo era una celebración que la sede de la iglesia Berea en Isabel López ya tenía programada desde diciembre, con actividades como una vigilia, ayuno y oración constante para la espera. Pero, a raíz del furor causado por la noticia, dichas acciones fueron suspendidas. “Ellos entienden que la comunidad se encuentra también un poco expectante de lo que pueda suceder”, explica el personero municipal Luis Moreno.
Pero el momento cero ha llegado. El reloj marca las diez de la noche y los vecinos se encuentran en la puerta de sus casas esperando por el milagro, mientras que una cámara registra lo que está sucediendo: nada. Parece ser otra noche más, pero los curiosos no renuncian a su misión de esperar a presenciar si algo extraordinario ocurre.
Hasta que sucede.
¡Pam! ¡Pam! ¡Pam!
Las piedras llueven en dirección a la vivienda donde el grupo religioso se encuentra y los miembros de la policía -encargados de la vigilancia del sector- toman medidas rápidamente. Piedras, las mismas que fueron lanzadas el 27 y que alteraron la presión de uno de los miembros de la comunidad, son ahora la prueba de que les pagan con la misma moneda. Los asustan.
Más tarde, a las cero horas con diez minutos del 29 de enero, las patrullas, el personero municipal y el secretario del Interior sabrían que la situación con las piedras sería lo único alarmante que sucedería aquella noche. La velada transcurrió en completa normalidad y solo fue hasta esa hora que se acercaron para hablar con los feligreses.
“Ellos nos manifestaron que no habían recibido ninguna clase de instrucción por parte de su pastor con respecto a la decisión que iban a tomar posterior al día de la profecía”, dice Verdugo en entrevista durante la mañana del 29 de enero.
Tras la charla, los miembros restantes de la iglesia Berea cierran la puerta hasta la mañana siguiente. Desde el 27 de enero, son solo siete los quedan dentro de la casa verde. Siete de 17, pues con intervención de los miembros del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) retiraron a los menores que se encontraban en la vivienda y fueron ubicados con su familia extensa: una persona que no hiciera parte de la iglesia.
Además, las personas que no vivían dentro de la residencia también fueron enviadas a sus respectivos hogares. Por eso, en la mañana del 29, las siete personas restantes decidieron trasladarse hacia la ciudad de Barranquilla. “Nosotros le suministramos un vehículo. Ellos no nos indicaron el sitio exacto a dónde se iban a trasladar y nos pidieron que les respetemos esa privacidad”, comenta el secretario del Interior, Vicente Verdugo.
Y así se cumplió. La buseta COVID trasladó a los integrantes de Berea desde Isabel López hasta un punto de la ciudad de Barranquilla donde pudieran tomar un taxi. Como era de esperarse, no querían que las autoridades supieran si se iban -o no- a reunir con su pastor, pero en el barrio El Carmen se sospechaba que así sería.
“También nos manifestaron que iban a cesar todas las actividades o manifestaciones de índole religiosa en esta residencia”, asegura Verdugo. Pero la casita verde con rejas oxidadas seguía rodeada de señales de advertencia, mientras los vecinos encendían la música que había estado apagada durante los días anteriores.

***
Es cinco de febrero del 2021 en la mañana. La música ya está sonando de nuevo en El Carmen y Jhonny camina en dirección a la pequeña casa blanca con detalles azul cielo. Lucía ya no está ahí, así como tampoco hay gente dentro de la vivienda verde con rejas oxidadas.
Abre la reja e ingresa al lugar, desplazándose entre la pequeña sala hacia el patio repleto de arena y un enorme palo de coco que se erige en medio del mismo. “Cristo viene” sigue escrito en cada rincón de la casa, pero ya no tiene mucho significado.
Se sienta en la silla pequeña cerca de la máquina de coser que utiliza para ganar unos pocos pesos y poder costear las arandelas del tratamiento de su esposa. “Ha sido duro”, admite, “Ahora que estoy solo es que me da miedo”. Su esposa y él han estado juntos -casi- por 13 años y es la primera vez que la siente tan lejana.
La grabadora suena y Jhonny comienza a hablar. Camina de un lado a otro, se acerca y luego se aleja para volver a sentarse en la silla. Pero lo suelta todo, hasta que la grabación se detiene.
La periodista le pregunta:
—¿Cuál fue el pecado tan grande que Lucía cometió?
—Fue por nosotros. El pecado que ella cometió fue no apartarse totalmente de mí ni de mi hijo.
*Los nombres han sido cambiados para proteger la identidad de las personas.