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El Waka Waka

El sonido de la tribuna se convierte en un eco sordo cuando Fabio Grosso mira al esférico. El futbolista italiano inhala y justo al momento en que inicia su camino con dirección a la pelota una voz —un canto— toma protagonismo. En el pico alto del grito su pie sacude a la pecosa, y al anotar el gol que los convierte a él y a su equipo en campeones del mundo, el «Waka Waka» inicia oficialmente.

Shakira danza en bucle, convulsionando al ritmo de una de las canciones que la inmortalizó. Yo la miro desde la lejanía —bastante notable— pero también desde el futuro. Messi, Piqué, otros más aparecen a hacerle compañía y me río un poco porque es extraño verlos tan jóvenes, cuando ahora sus barbas están cubiertas por un pequeño rastrojo de canas.

Bajo la mirada del reproductor hacia la fecha de publicación y no hace falta ser un genio para calcular cuánto tiempo ha pasado desde ese día: diez años.

Diez años del Waka Waka.

Shakira no lo sabe —o quizás sí— pero su canción se convirtió en un himno. Todos los que aman el balompié como deporte la conocen, la viven y se cuela dentro de sus huesos. Quizás, para los más jóvenes, hubo un antes y un después de esa melodía. ¡Esto es África! Sí, pero también Latinoamérica, Europa, Asia…

Pero, ¿por qué es tan importante una canción? Así como cuando alguien pregunta por qué, a pesar de todos los problemas que alberga el mundo, todavía seguimos debatiendo sobre si habrá o no fútbol en los próximos meses. No hay una razón lógica, el fútbol carece a veces —o siempre— de ella. ¿No es este el deporte donde jugar mejor no asegura ganar el partido? 

Es que al final la redonda solo guarda relatos y estos no siempre tienen un sentido: la emoción prima en ellos. Así como el Waka Waka, una canción que ocupó el puesto número uno en 50 países alrededor del globo pero ahora está llena de recuerdos.

¿Y qué si se desempolvan diez años después? ¿Qué si las memorias son tantas que salen disparadas en forma de pequeñas lágrimas? Es mi caso. «Porque esto es África» no es sólo la canción de Sudáfrica 2010 sino la banda sonora de mi primer gran amor. 

***
Estaba en séptimo grado de bachillerato, a eso de la última semana antes de salir de vacaciones, cuando anunciaron que teníamos un evento especial. Bajaba las escaleras del colegio sin prisa, un poco molesta por el cambio abrupto de calendario y sin anuncio previo. Aún no entendía por qué habían decidido detener las clases para ver algo frente a una pantalla, pero seguía caminando junto al gentío que se arremolinaba de cara a un televisor.

¿Por qué era ese algo más importante que mi clase de biología? Pensaba. Supongo que debía presentarme a mi cita con el destino. 

Me senté al frente, una manía que tenía acomplejada por mi estatura y otras cosas vanas. Con el pasar de los minutos, el murmullo se hacía insoportable y la luz del televisor titineaba en la cafetería que parecía más un búnker que otra cosa. Hasta que la magia inició. Y contra todo pronóstico, no podía despegar mi vista de las imágenes que pasaban fugazmente frente a mis ojos.

Así como yo, 700 millones de personas observaron en directo el concierto de apertura de la Copa Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010. Bailarines danzaron por la grama recién cortada que, más tarde, la selección anfitriona estrenaría frente a México, su rival de grupo. Pero la atención se la llevó el Waka Waka…y «Hips don’t lie» y «She Wolf».

Esa, de hecho, no fue la única vez que vi la inauguración de Sudáfrica 2010. La repetí durante muchos años —especialmente en la previa de Brasil 2014 para recordar las buenas épocas—y la conclusión era la misma: no hubo perfección pero si encanto.

Cuando anunciaron que la pelota iba a rodar, recuerdo que preguntaba por qué Colombia no estaba en el Mundial. Eran mis primeros pasos en aquel que durante años pude llamar conocimiento técnico, y que se componía del saber las diferencias entre clubes y selecciones, torneos locales e internacionales, entre otras especificaciones que fui aprendiendo con los años.

Pero de no haber sido por esa decisión —de mirar casi sin parpadear lo que pasaba frente a mis ojos— los siguientes años de mi vida habrían sido diferentes:

El cuadernito con la portada de Andrés Iniesta y Xavi Hernández no tendría anotado los nombres de las mascotas de los mundiales hasta 2014. Tampoco de mi boca se habría escuchado recitar esas palabras como un mantra sagrado uno tras otro: España 82 Naranjito, Mexico 86 Pique, Italia 90 Ciao…

Mis primeros textos no habrían sido sobre fútbol, esos que no vieron —ni verán— la luz del día. Para las clases de Español, los temas habrían sido variados y no relacionados con el fútbol. La pobre Ruby se habría ahorrado horas y horas de mis parloteos mientras le explicaba por qué había decidido escribir sobre la mala racha del Arsenal en la era Wenger.

¿Y por qué no mencionar a mi quinceañero? En este punto no me imagino la organización de la fiesta más importante para una niña en este lado del mundo con otra temática que no fuera la Copa Mundial de Fútbol Brasil 2014.

Las invitaciones simulaban una boleta de un partido y la copa del mundo, un tesoro que guardo en mi cuarto recordando esas épocas, era el centro de atracción: todos querían tomarse la foto con ella. La quinceañera -pobre de mí- quedó relegado a un segundo plano esa noche.

Pero quizás eso de que hubo un antes y un después de esa melodía aplique solo para mi. No lo sé. Lo que sí puedo asegurar es que el Waka Waka evoca nostalgia, de una época dorada donde el Tiki-Taka era sinónimo de España y el beso de Iker Casillas a Sara Carbonero la demostración más grande de amor.

Alguien me preguntó qué cambió en mí para ya no sentir más que solo nostalgia. Para que el Waka Waka me diera ganas incontrolables de llorar. Para que al final de cuentas, después de largas jornadas frente al televisor gritando gol, ya no me emocione que ruede.

Aún busco la respuesta. Pero mientras sigan pasándola yo seguiré viendo cómo hacen magia, desde la esquina y quizás la tribuna, pero más ausente.

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Andrea Valentina Villamil Goenaga

Andrea Valentina Villamil Goenaga

Periodista colombiana. Ganadora del Premio a la Excelencia Periodística 2019 de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en la categoría Periodismo Universitario.

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