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Entre pólvora y candela

12:00

El ladrido de los perros era un villancico que tenía como ritmo el reventar de la pólvora en el cielo. Pero a diferencia de las novenas navideñas, la música en este caso no tenía pausa: el ocho de diciembre iniciaba con la luz de los cohetes que eran enviados hacia el firmamento casi cada segundo, reventando con tal escándalo que su rugir retumbaba en todas las paredes del cuarto. 

No había espacio para el silencio. 

Cuando uno callaba, el otro respondía. Si lanzaban cohetes de colores, los traqui-traquis le hacían la segunda voz. Y la tranquila madrugada de las velitas quedaba como una utopía, convirtiéndose en lo que ya por hábito se conocía en el pueblo: un festín de tiros, música y el clamor de los perros por piedad. 

A esa hora, tradicionalmente, María enciende una vela en Barranquilla. Sentada en la terraza junto a su familia, las prende y cuida de cada una de ellas. “Pedimos iluminación siempre para que en nuestra vida podamos tomar buenas decisiones”, dice sobre su intención. Esa es su rutina en el ocho, pero solo cuando se queda en casa y no sale con sus amigos.

Pero antes, mucho antes de que la madrugada del ocho llegue y en la Costa empiece la celebración, Yesi ya lleva la delantera. Se encuentra en la fría Bogotá y, para el momento en que Mari inicia su ritual, ella empieza a recoger los rastrojos de sus velas. Las suyas, consumidas por el fuego a media noche, vibraban vigorosamente a las siete de la noche. 

Y así resultaba. En el año donde todo ha resultado al revés, para la Virgen de la Inmaculada Concepción ha sido la excepción. El caminar suyo entre velas encendidas no podía ser pospuesto o cancelado: sus fieles devotos desde todos los rincones la recibían, desde el primer minuto en que el día de su festejo iniciaba en territorio colombiano.

2:30

Según el Alcalde de Baranoa, Roberto Celedón, para las festividades de Navidad y Año Nuevo se encuentra prohibida “la venta, distribución, comercialización y manipulación de pólvora” en el municipio. De hecho, en conversación con NOTI-BARANOA y la radio Usiacurí Cimas, el mandatario aseguró que no se quiere “que los niños corran el riesgo de ser quemados”, pues las medidas tomadas son para proteger la integridad de los mismos.

Pero la práctica era diferente. O al menos, en lo que iba de la madrugada del ocho de diciembre, nadie parecía recordar que tal restricción existía en el municipio. Los estallidos seguían siendo música y la danza la ponían las luces que se esparcían durante breves instantes por el cielo oscuro. 

4:30

Y al despertar, era una madrugada de velitas como cualquier otra. Aún había oscuridad pero, en las terrazas, ya brillaba la luz. Una que marca el inicio de la Navidad en Colombia. 

Los farolitos, apilados a un costado, aguardaban por su momento. Los paquetes de velas de colores se desparramaban en el suelo mientras una caja de fósforos se mecía como sonajero. Uno, dos, tres…¡Woof! La candela, como coloquialmente se le dice a las llamas, brotaba del cerillo que luego era utilizado para prenderlas.

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Los faroles son elaborados artesanalmente y cuentan con diferentes diseños en su parte exterior. 

El ritual de encender las velas, colocar faroles y, en algunas casas, acompañar la salida del sol rezando el rosario, es tan antiguo que se habla de décadas. Aunque la celebración varía de región en región, esta da inicio el siete de diciembre y se toma la mañana del ocho. 

En cada una de las ciudades capitales de Colombia se llevan a cabo actos simbólicos, como por ejemplo en Bogotá, donde la Torre Colpatria se ilumina para marcar el inicio de la fiesta.

Pero volvemos a Baranoa donde la suave brisa abraza a los vecinos que, en pijama, se dejan caer en el suelo. Prenden ocho, nueve, diez…la lista sigue, y en la radio se escucha que el rosario está a punto de iniciar. 

6:00

Canta el gallo. No hay brisa y el cielo pasa de negro a azul en un abrir y cerrar de ojos. La mañana es clara pero aún no hay rastros del picante sol. Algunos bostezos se mezclan y el tímido sonido de un vallenato se va dando paso. No hay volcanes como en otros años pero sí hay ‘rositas’, una especie de tiro que suelta luces de color azul y rosa para, luego, explotar en amarillas. 

Usualmente las personas aguardan hasta que las velas se derriten por completo. Sin embargo, también se pueden apagar antes y remover.

 

Aún con el cielo despejado se atreven a lanzar unos cuantos cohetes cortos de colores, un sonido casi crujiente que llama la atención de los vecinos que aún se encuentran despiertos. Ellos, luego del breve espectáculo, toman un cuchillo o tenedor y revisan qué velas ya se encuentran listas para ser recogidas. 

Y con suerte, algunas ya han tocado el suelo y apagado su llama, quedando solo el recuerdo casi permanente en el piso embaldosado y una promesa tácita de volver a encenderlas el siguiente año.

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Andrea Valentina Villamil Goenaga

Andrea Valentina Villamil Goenaga

Periodista colombiana. Ganadora del Premio a la Excelencia Periodística 2019 de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en la categoría Periodismo Universitario.

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