La Semana Santa del 2020 fue una de las más atípicas de la historia. Creyentes, obligados por la pandemia, modificaron algunas costumbres y actos tradicionales para no suspender la celebración más importante del calendario católico. ¿Qué cambia cuando vives tu fe a través de la pantalla?
Vieja
Para Edilda Raquel Gutierrez no hay palabra que describa mejor la Semana Santa que nostalgia. La añoranza de los viejos tiempos, de las costumbres de antaño, de ese respeto intrínseco que se tenía por los días santos, son su pan de cada día para estas fechas sagradas.
Antes, dice, la gente no salía de viaje hacia otros lugares. Salvo los penitentes, que debían trasladarse hacia el sitio donde peregrinaban, las personas se quedaban en sus lugares de residencia, motivados por compartir en familia las preparaciones que se se realizaban con anticipación.
Edilda lo recuerda así: cantinas cerradas, la soledad de las calles reinando en la atmósfera, los fogones de leña apagados. El único sonido que se escuchaba en la lejanía era la melodía de “Adiós a un hermano”, una composición del maestro Antonio María Llanos, que acompañaba al Santo Sepulcro en su largo recorrido por Baranoa.
La música del Viernes Santo no cesaba hasta las cinco de la mañana cuando los cargueros descansaban al fin, reposando las imágenes en la Iglesia Santa Ana.
Este año, los músicos de Baranoa se unieron para interpretar la melodía que ha acompañado la Semana Santa de varias generaciones en el municipio.
Ahora, en su patio durante el miércoles de la Semana Santa más atípica de la historia, pica algunas frutas mientras su esposo, Jaime, se balancea en la mecedora ancha de color marrón. A un día de que inicie el triduo pascual, ‘Raque’, como es conocida en el barrio, no prepara su ropa, ni tiene la comida lista, ni mucho menos piensa en la hora para ir a la misa. Este año no habrá celebración del Nazareno: sin procesión, sin eucaristía.
No obstante -y casi por inercia- recuerda. Eso la mantiene esperanzada. Antes no sacaban al Nazareno, dice, es una tradición nueva la de cargar pesadas cruces de madera, de pan, de hojas de árboles, de lo que menos se imagine la gente.
Más, en el territorio nacional, este paso es uno de los más característicos en distintas poblaciones como Tunja y Pamplona, territorios conocidos por celebrar la Semana Santa desde la época de la colonia.
Precisamente, el antropólogo y magíster en historia Germán Ferro Medina, en su texto Guía de observación etnográfica y valoración cultural: fiestas y semana santa, expone que estos actos “hunden sus raíces desde el temprano siglo XVI” en territorio americano.
El autor explica que la Semana Santa “se instauró y tuvo desarrollo en los centros poblados”, y que fue el resultado de un proceso histórico “de pedagogía del barroco, de control y configuración del territorio desde la época colonial”.
Por eso, argumenta Ferro Medina, no es de extrañarse que las celebraciones más vistosas y tradicionales sean en ciudades como Cartagena, Mompóx, Popayán, Tunja y Pamplona, en Colombia, y Quito y Cuenca en el vecino país de Ecuador. Estas poblaciones fueron centros importantes de la administración colonial, unos puntos estratégicos para el desarrollo de la economía y cultura del territorio que dominaron los españoles.
Pero todo esto ocurrió antes. Con el arribo de los primeros colonizadores y catequizadores, sucedieron cambios relevantes en la cosmovisión de las poblaciones aborígenes que habitaban el territorio conocido como el Nuevo Mundo.
En 1995, el antropólogo peruano Jefrey Gamarra, citado por el filólogo en historia Nelson Pereyra, expresó que esta imposición, que data de finales del siglo XVI, era una forma para lograr “una mejor identificación (…) con la religión del colonizador”.
¿Y qué mejor que lograr la identidad que a través del arte? Así, Pereyra propone que la Semana Santa sea entendida como un performance: una puesta en escena donde, cada día, se dramatiza un aspecto diferente de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
En ellos se rompe con lo cotidiano, se establece un nuevo orden de hacer -o no hacer- las cosas del día a día: se almuerza pescado, arroz de coco y ensalada de ñame. No se bebe, o se bebe poco, se quema incienso y se va a misa.
La misa, por cierto, es otra acción artística. Según la fe católica, la eucaristía es la comunión con su Dios, así como el recordatorio de la la pasión de Jesús con el compartir del pan y el vino. Pero la Semana Santa se dota de un aura diferente, pues la gente se viste -o vestía- con trajes elegantes y nuevos para asistir a la iglesia.
En algunos lugares, y especialmente el Viernes Santo, se acostumbran a portar vestidos de luto en memoria de Cristo crucificado.
Quizás por eso hay gente, como Raque, que añora las viejas costumbres, la vieja Semana Santa. Como ella misma dice: antes se creía más. Pero esta no es una percepción nueva. En 1962, el doctor en filosofía y letras Luis Suárez Pineda afirmó que sus informantes consideraron que dicha celebración “en los últimos años es menos interesante”.
En su trabajo etnográfico Celebración de la Semana Santa en algunas regiones de Colombia, Suárez Pineda aseguró que la celebración “ha ido perdiendo paulatinamente su esplendor y espectacularidad por circunstancias de diversa índole “.
Sin embargo, 58 años después, la forma de realizar la Semana Santa en el país no ha variado mucho. Las procesiones comienzan, en algunos lugares, el Domingo de Ramos, festejo que marca el inicio de la fiesta con la conmemoración de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
Este primer acto está sustentado en los evangelio canónicos de Mateo (21: 1-11), Marcos (11: 1-11), Juan (12: 12-19) y de Lucas (19: 28-44). Precisamente, para la edición del 2020, fue tomado el testimonio de este último que reza lo siguiente:
A medida que avanzaba, la gente tendía sus mantos sobre el camino.
Al acercarse él a la bajada del monte de los Olivos, todos los discípulos se entusiasmaron y comenzaron a alabar a Dios por tantos milagros que habían visto. Gritaban:
—¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!
—¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!
Por eso, es común que en esta procesión las personas abaniquen con hojas de palmas de cera a las imágenes -o personas – que representan a Cristo en ese gran momento. Este aspecto no ha cambiado con el paso de los años.
En un artículo titulado Empezó el viacrucis de animales silvestres en Semana Santa, la revista Semana en su sección de Sostenibilidad aseguró que pese a campañas y esfuerzos de las autoridades ambientales, “los católicos siguen aferrados a comprar ramos” de esta especie.
En el texto, publicado el 5 de abril del 2020, las Corporaciones Autónomas Regionales y de Desarrollo Sostenible (CAR) manifestaron que, con la llegada de las fechas sagradas, se incrementan “acciones que ponen en peligro importantes ecosistemas del país” como el tráfico ilegal de fauna y flora.
De hecho, según cifras de esta misma entidad, el uso del cogollo de la palma de cera para estas celebraciones “ya llevó a la desaparición de cerca del 50 por ciento de la población de esta especie”.
A su vez, dicha advertencia tiene que ver con las preparaciones tradicionales que se realizan en los hogares para cumplir la tradición de no consumir carnes rojas. Aunque esta norma o penitencia no está consignada en ninguno de los evangelios o enseñanzas de Jesús, es una creencia y práctica común de los católicos colombianos, siendo practicado con mayor convicción el Viernes Santo.
De esta manera, algunos creyentes -específicamente de la costa- han optado por preparaciones con animales exóticos, cuya carne sea blanda y su sabor similar al del pollo. Mientras que en la casa de Raque se almuerza con pescado, en la casa de José Daniel se cocina la hicotea.
Él recuerda que su papá recurría a los montes aledaños de Baranoa para pescar esta especie junto a sus amigos.
Por su parte, Juan* ha comido babilla, una de las especies más amenazadas durante los días santos. Sin embargo, la mayor población del caimán de anteojos no se encuentra en el Atlántico sino en el Magdalena medio, pero su carne se sigue “vendiendo como pescado” en Semana Santa. Se prepara de la misma manera que una carne: “con cerveza o Coca-Cola, ajo y salsas”.

Las preparaciones con pescados típicos de la Costa son los platillos a cocinarse en los días santos. Fotografía: Héctor Pertúz.
Tras el Domingo de Ramos, una celebración que según Suárez Pineda se había tornado exclusiva de los pueblos con multitudinales recorridos desde las afueras hacia el atrio de la iglesia, la Semana Santa entra en un limbo. Lunes y martes son -o no- días santos, pero además de eucaristías y penitencias personales, no se realiza mucho.
Pero arriba el miércoles, y Raque vuelve a suspirar. El año pasado se alistaba para ir a la eucaristía y, posterior a eso, ver la procesión de los nazarenos. Este paso es una variante como ya lo ha dicho. Antes, estos penitentes que simulan ser Jesús cargando su cruz, iban detrás del sepulcro el viernes.
Y el asunto de las cruces pesadas no es solo un decir: algunos hasta llevaban acompañantes quienes les ayudaban en algunos tramos a cargarla, como “Miche” Goenaga que ostentaba una de las más llamativas por su peso.
Pasa la noche y da inicio al triduo pascual. De acuerdo con la RAE, esta palabra que proviene del latin triduum, comprende los ejercicios devotos que se practican durante tres días. Es, además, la conmemoración anual de la pasión, muerte, sepultura y resurrección de Cristo, y comprende la tarde del Jueves Santo hasta el Domingo de Pascua.
En Baranoa, durante estos días, se efectúan profundos actos simbólicos. Entre los más destacados están el intercambio de dulces entre los vecinos, la quema de incienso el Viernes Santo y la realización del viacrucis bajo un sol inclemente, no cocinar hasta el Sábado de Gloria y visitar los monumentos de Barranquilla el Jueves Santo.
Así mismo, uno de los actos más representativos -y que aún permanece vigente en el municipio- es el de las tres caídas. Después de la misa de Gloria, que en la antigüedad se realizaba a la medianoche del sábado y domingo, los baranoeros corrían hacia el cementerio municipal para observar como María y San Juan se reecontraban con Jesús, quien victorioso se erguía a las afueras del camposanto.
Ahora, a este hecho se le llama simplemente el resucitado.
También es normal ver a los diferentes penitentes: los nazarenos, los ángeles, samaritanas y una que otra personificando a La Dolorosa, como pago por haber sidos sanados de ciertas enfermedades.
Pero algunas de estas ya no salen, como el campanitero, personaje pintoresco que caminaba en el sentido contrario a la imagen con una campana en su mano para sonarla cada vez que se posaba frente a un santo. Así lo hizo el florero, quien lo acompañaba rociando flores a los pasos.
En épocas de antaño, según la baranoera Ana Camargo, en el pueblo “las personas no se podían bañar a las doce o después porque se volvían lazarinos”, acto que a Dinellys Palma le parece jocoso. “Creo que algunos lo hacían, se bañaban antes del mediodía porque luego el agua se convierte en sangre”, comenta.
De estas tradiciones, Raque ha cumplido todas. Unas más que otras, por supuesto. A sus 74 años ha visto pasar las mismas imágenes de La Dolorosa, La Cruz, El Santo Sepulcro y San Juan por la plaza del pueblo. Ha apoyado a los cargueros, ha caminado junto a campaniteros, floreros y samaritanas. Ha admirado el valor de los nazarenos, y se ha maravillado con los angelitos.
Ella lleva, en cada una de sus canas, la vivencia de esta fecha sagrada. Pero ni en 74 años más se imaginó lo que viviría en la Semana Santa del 2020.
Atípica
“Este es el primer Jueves Santo que me baño tarde en toda mi vida”, dice Mirladis Escobar, la vecina de la derecha de Raque y, también, su cuñada. A las dos de la tarde, y con mil quehaceres realizados, se sentaron en el patio que ambas casas comparten para reposar el cuerpo. Esperaban pacientemente las cinco de la tarde cuando, a través de Facebook Live, diera inicio la eucaristía en la Iglesia Santa Ana de Baranoa.
Ellas, quienes sagradamente asistían a las misas del domingo, aún no se acostumbraban a estas celebraciones virtuales. Algunos meses atrás, el simple hecho de mencionar la “misa por televisión” les hacía rodar los ojos y enunciar mil y una razón para no observar la tan sagrada ceremonia a través de la pantalla chica -o grande, según el tamaño del televisor que se tenga-.
Pero fueron obligadas -y de qué manera- a cambiar ese chip. Un día, ya no podían dar la paz como acostumbraban (con apretones de manos, besos o abrazos), sino en forma de una reverencia. Al otro, ya no se podían reunir. El patrocinador del escenario futurista y casi distópico tiene nombre: el virus SARS-CoV-2.
A finales del 2019, autoridades sanitarias de Wuhan, ciudad de China, alertaron sobre la presencia de personas cuyo diagnóstico era “síndrome respiratorio agudo grave de origen desconocido”. Cuatro meses después, el mundo entero se encuentra en cuarentena (o aislamiento preventivo) debido a la enfermedad por coronavirus, una afección causada por dicho virus que produce síntomas similares a la gripa.
En Colombia, el virus ingresó al país el 6 de marzo del 2020. Fue en ese momento cuando se declaró como pandemia de enfermedad por coronavirus por la Organización Mundial de la Salud (OMS), obligando a los Estados a diseñar e implementar acciones para la contención de la misma en sus territorios.
El 20 de marzo, el Gobierno colombiano ordena que, desde el 25, se implemente el aislamiento preventivo obligatorio: no habrá lugar para la vida pública hasta el 13 de abril*.
En medio de ese panorama, la Semana Santa se veía amenazada. En redes sociales se especulaba que los máximos entes de la Iglesia Católica tomarían la decisión de aplazar o cancelar las celebraciones debido a la contingencia. Pero tal y como lo dijo Monseñor Elkin Álvarez el 6 de abril al periódico El Espectador, “esta no se suspende”.
“A nosotros nos ha llegado unas instrucciones y directivas por parte de la Santa Sede que tienen que ver con los aspectos generales de la Semana Santa”, explicó Álvarez, secretario general de la Conferencia Episcopal Colombiana (Cec) en diálogo con el diario nacional.
Estas normas fueron comunicadas por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos desde El Vaticano, que incluían pautas como no celebrar las misas con el pueblo, ni realizar el lavatorio de los pies o permitir la visita a los monumentos.
Aunque el documento emitido por la Santa Sede no hizo referencia a las adoraciones físicas, las interpretaciones de los sacerdotes fueron claras, eliminando acciones como el beso de la cruz el Viernes Santo.
También, aseguró que a pesar de ser una situación atípica, no es la primera vez que la Iglesia se ve obligada a realizar la Semana Mayor de una manera distinta. “En algunos momentos de la historia ha ocurrido, pero por otras razones en las que nos ha tocado vivir celebraciones de la Semana Santa con participación reducida de fieles o encerrados”, manifestó.
Pero en Baranoa sí. O al menos eso dice Raque, quien en todos sus años de vida esta ha sido la primera vez que ve, de manera obligatoria, la misa desde su casa: sin participar de la comunión, pero cerca de sus hijos y su esposo.
En las casas católicas baranoeras se elaboraron altares domésticos que constaron de elementos como imágenes, cirios y panes.
La fecha de la Semana Santa depende de la naturaleza. En el año 325 d. C, con el primer Concilio de Nicea, se decide que la Pascua de Resurrección se tenía que cumplir bajo reglas específicas: a) que la pascua se celebrase un domingo; b) que no coincidiera con la Pascua judía y c) que los cristianos no tuvieran dos pascuas en un mismo año.
Sin embargo, esta decisión no logró la aceptación universal. No fue sino hasta el año 525 cuando, gracias al monje Dionisio El Exiguo (el pequeño), quien desde Roma logró la unificación de la pascua cristiana.
Así, la Semana Santa se realiza “el domingo posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de marzo”, calculándose con la Luna llena astronómica.
Por eso, a pesar de que la naturaleza parecía estar en contra, la Semana Santa se mantuvo en pie. Desde El Vaticano fue enviada la moción de que las celebraciones se siguieran desde los hogares a través de los medios de comunicación y redes sociales. Solo había una aclaración: podían ser directo pero no grabadas.
Parroquias de todo el mundo unieron esfuerzos con canales locales para conseguir llegar a cada familia. En Baranoa, todas las parroquias congregaron a sus fieles alrededor del televisor, e incluso les invitaron a realizar algunos signos como “escuchar alabanzas en familia para experimentar el gozo y la alegría de Jesús”, “elaborar una cruz de manera ingeniosa” para colocarla en el altar doméstico y “compartir el pan en familia”.
En la noche del domingo, y luego de que por internet se escucha el canto a viva voz de “Hoy el Señor resucitó”, otro lamento fue escuchado en el patio de las casas.
“Hasta el otro año será, si Dios quiere”.
*Utilizado para proteger el nombre de la fuente.
*El Gobierno decretó la extensión del aislamiento preventivo obligatorio hasta el 31 de agosto del 2020.