Las ranas de la suerte

Imagen de Alejandro Garay en Pixabay 

A Toño no se le olvida el 4148. Lo recuerda aunque hayan transcurrido 21 años desde el momento en que las patas de una rana le dieron suerte y dinero.

O más bien plata. Cuatro números, que no se leen cuatro mil ciento cuarenta y ocho como le enseñaron en la escuela, le dieron plata. El cuarenta y uno cuarenta y ocho. Así, a secas y partido a la mitad. Se usa de esta manera porque es la jerga del chancero, una palabra que designa a todas aquellas personas que juegan a la lotería o el chance, así como a aquellas que lo venden. 

¿Y qué es un chance? Una oportunidad para cambiar una situación. Ese número cambió la vida de Toño y 699 personas más en Baranoa, un municipio ubicado en el norte de Colombia justo en el corazón del departamento del Atlántico. A él, a su mamá, a su vecina, a la tía del amigo de la otra cuadra. Tres barrios del pueblo se lucraron con el 4148.

El número sigue tatuado en su memoria, casi tan fresco como si se tratara de una fecha especial. Tampoco se le olvida la cifra que aportó en aquel entonces: 500 pesos. “Apunté dos-cincuenta y dos-cincuenta”, dice, como si todo el mundo entendiera su argot. Doscientos cincuenta pesos colombianos que equivalen a 0,067 dólares en pleno siglo XXI, pero que en 1999 era lo que Toño tenía a la mano para apostar.

Su hija Lili tenía un año cuando la rana de la suerte llegó a la casa de la familia Serje, sus vecinos en el barrio España. En realidad el animal no era el acontecimiento insólito que ocurría dentro del patio, sino la aparición de una imagen. “Todo el mundo salió corriendo a verlo”, cuenta, “salió un señor con barba y todo el mundo decía que era el Sagrado Corazón”. 

Luego surgieron detractores: decían que era San Judas, San Antonio e incluso hasta el mismo Jesucristo a través del Señor de los Milagros. Pero en medio de la discusión, y el asombro por la repentina y sagrada aparición, un pequeño movimiento cerca de la platanera que había en el patio captó la atención de los congregados: “mira, cogieron una rana”, le dijo una vecina a Toño.

Una rana platanera, así la describe él. Un animal que portaba estrías en su barriga y cuyas líneas dejaban entrever las formas de ciertos números.

El 4148.

Sin hablar con tecnicismos, todo el mundo parece saber qué es una rana platanera: esos anfibios que andaban cerca de las matas de plátano, una planta herbácea que era propia de los corrales posteriores de las casas baranoeras. Entonces, para Toño, no era de extrañar que precisamente una animaleja de esas viniese con plata debajo de las patas. 

Su mismo nombre lo dice: plata-neras.

«Mira, ahí hay un número ve. Lo mandó esa imagen», le repitió la vecina. Y como efecto de bola de nieve, el 4148 pasó de boca en boca por el vecindario, alcanzando a llegar hasta Once de Noviembre y El Porvenir, dos sitios aledaños al barrio España. 

¡Apúntalo!Le gritaron a Toño y de inmediato salió corriendo. 

Mami, ¡cogelo!Apuró a su mamá. 

¡Ve a anotar la bolita!Gritaban camino a la plaza central. 

La noticia repentina derivó en una caravana con dirección a la plaza principal de Baranoa, porque donde los Otero un lugar donde apuntaban la lotería regularmente y que se encontraba cerca del sitio de los hechos ya no tenían papelitos

A las diez y treinta y ocho minutos de la noche, cuando Toño jugaba a las damas junto a sus vecinos en la puerta de la casa, la cuadra estalló en júbilo. Brincos, llantos y abrazos se mezclaron en el jolgorio que los pobladores del barrio armaron aquella noche. El baranoero, consternado, salió corriendo a preguntar qué había pasado y la respuesta le propinó un puñetazo de alegría. 

Salió el número de la rana, 4148. 

—¡No te lo puedo creer!

Sí, sí, salió.

Pero la felicidad no les duró hasta al día siguiente. 

Horas más tarde del descubrimiento, cuando la rana de la suerte llegó a la pequeña población, el tumulto seguía en la casa de apuestas de la plaza principal. Todos querían anotar y los billetes se acababan. Pero el verdadero problema vino cuando les tocó cobrar.

—Tuvieron que contratar un bus de Baranoa—dijo Humberto de la Hoz. Todo eso sólo para ir a reclamar el dinero que resultó de la apuesta con el 4148.

Caracol y RCN, canales de televisión nacional, llegaron al pueblito que aún no tenía pavimento el 1 de junio a presenciar el bololó: la pelea entre los ganadores del chance y las casas de apuestas que no daban su brazo a torcer. 

“Imagínate, si eso lo daban en la inspección de policía”, recuerda Toño hablando sobre el lugar donde entregaban el dinero del chance. Para él era como si el pueblo entero se hubiese volcado al lugar donde, se supone, debían controlar lo que sucediera con ellos. Pero en aquellos días reinó el caos. 

De acuerdo con el periódico El Tiempo, en su edición del 3 de junio de 1999, ocho empresas de apuestas permanentes tuvieron “que pagar 1.200 millones de pesos a los felices ganadores”, razón suficiente para negar en un principio la existencia de dinero a 700 personas. 

“¡¿Tantas?! ¡¿Cómo es posible?! No hay plata”.

A Toño no le metieron los dedos en la boca. Él alcanzó a cobrar porque tenía su papelito con el sello de la casa de apuestas y logró reclamar 800 mil pesos colombianos. Su madre también ganó, así que la quincena de aquel mes estaba cubierta. 

La saladera

Luego de la rana vino la saladera. 

Saladera: 

    1. Cuando una persona tiene una racha de pérdidas. 

Ej: Toño está salao desde que ganó la lotería con la rana.

Eso dice él, quizás porque desde que ganó hace 21 años su suerte no ha cambiado mucho. Luego del anfibio vino una mariposa, pues encontró en sus alas un número diferente: 2116. A diferencia del otro animal, con este solo ganó una suma de dinero derivada de haberle pegado a tres dígitos de cuatro. 

¿Cómo se gana con tres dígitos? Toño responde que igual, como si nuevamente todos entendieran su argot. Tal y como con la rana, anotó los cuatro números pero solo fue ganador con los tres primeros. ¿Qué cambia? Al parecer nada. 

Siempre se anotan cuatro números, y es decisión de la persona que compra la bolita si quiere apuntarle a las tres cifras. A eso le llaman “pleno”, y de acuerdo con los anotadores consultados es la forma básica en que se apunta. 

Luego vienen las variaciones, para las cuales debe tener en cuenta una cosa: cada una de estas debe pagarse por separado. La persona debe decidir cuál de las combinaciones quiere para las tres cifras, aunque puede optar por seleccionar los últimos dos dígitos del número al que va a apostarle. Además, también puede invertir los números: si se tiene el 1020 puede escoger también anotarle al 2010, al 1200, al 0012, al 0201…

Pero es difícil seguirle el ritmo al chancero, más a uno veterano como él.

Desde los quince años anota: le gusta la suerte, la lotería, el azar. A esa edad empezó a trabajar vendiendo chance y lo hizo así durante tres meses. Luego se aburrió, pero no ha dejado de anotar. La bolita es sagrada para él. 

Ahora tiene 52 años y la última vez que ganó dinero fue tres meses después del inicio del aislamiento preventivo obligatorio, producto de la pandemia de enfermedad por coronavirus. 

—¿Cuánto ha sido lo menos que te has ganado?

—74.000 pesos.

—¿Y lo máximo?

—Dos millones de pesos.

Aunque parezca que a Toño la suerte le cae del cielo o que la madre naturaleza loél dice que hace rato dejó de ver los números en los animales. Cuenta que tiene su propio número con el que anota regularmente, aunque tampoco se limita al mismo.

“A veces cuando sueño con mi hermano también me la he ganado”, cuenta. Un familiar que ya ha fallecido y con el que varios de su familia han soñado. Dice que da suerte porque, con sus números, ellos también le han atinado al chance. 

Toño ha anotado con el número de la casa donde vivía en el barrio Villa Eleyla y se la ganó. Anotó su número fijo y se la ganó. Sigue y sigue anotando. Pero la saladera, dice él, lo persigue. 

Quizás porque no ha conocido a Jaime, el que nunca ha ganado con su número fijo. 

—¡Ahg, yo no sé ni para qué anoto con ese número!—dice.

Pero Jaime ha ganado la lotería y lo ha hecho en tres ocasiones. No recuerda las dos primeras pero sí la última: hace un año, cuando no había atisbo de pandemia. En realidad la contingencia arruinó su racha de apuestas, pues dejó de anotar una vez inició el confinamiento.

Lo máximo que ha anotado son dos mil pesos. Ni un peso más o menos y sólo a una bolita, porque como dice “no hay plata para apostarle a tantas loterías”. Tampoco ha ganado una cifra significativa, y eso de los “premios acumulados” para él es un mito urbano.

“Eso pega por allá lejos”, cuenta mientras, con su brazo, hace un swing hacia atrás como tomando impulso. Este, uno de los símbolos costeños universales, acompaña sus palabras como diciendo “upa, eso sólo sucede en el interior”. En la Costa nada.  

Pero, ¿qué tendría que suceder en la costa para que el premio mayor caiga allá? Quizás dejar de presenciar los milagros de la naturaleza, esa misma que según algunos creyentes les ha enviado suerte a través de animales.

Los animales de la suerte

En 1999, cuando la cosecha de mango empezaba a mermar en Baranoa, toda la atención se centraba en el aparatico color negro, abultado en la parte posterior y cuya pantalla a veces tenía un protector para que su luz no penetrara directamente en los ojos de los espectadores. 

Los 700 ganadores de la lotería disfrutaban sus escasos segundos de fama mientras aparecían en la caja parlanchina. 

Pero un mes antes, exactamente el 3 de mayo de 1999, algo similar ocurría en Córdoba, departamento hermano del Atlántico donde se ubica Baranoa. El 5318 fue encontrado en la extremidad inferior, por la barriga, de otra rana. 

Córdoba y Atlántico pertenecen a la misma región de Colombia, pero no limitan el uno con el otro. Están separados por Sucre y Bolívar, dos de los siete departamentos que componen el Caribe del país suramericano. Pero en ambos aparecieron ranas millonarias.

O así lo relató Carlos Pulgarín para la edición del 6 de mayo de 1999 del periódico El Tiempo. El corresponsal costeño retrató cómo en Carrizal, corregimiento de San Carlos, la casa de apuestas pagó 1.500 millones de pesos luego de que apostadores “apuntaran el 5318 que estaba marcado en la extremidad inferior de una rana”.

¿Cómo llegó el cincuenta y tres dieciocho a la boca de todos en el pueblo? Contrario a otras versiones, en esta historia la rana encontró al apostador. Humberto de la Cruz Meza tenía 52 años cuando, en la mañana del sábado 1 de junio, el pequeño anfibio saltó sobre su espalda. Él y su cuñado encontraron el número en sus extremidades y este se regó entre los habitantes de Carrizal.

Todos ganaron, menos él. No tenía dinero para apostar ese día. Ni siquiera los 500 pesos que Toño sí tuvo un mes después en el municipio apodado “corazón alegre del Atlántico”.

“La gente no para de apuntar los números cabalísticos que han seguido apareciendo en otras ranas de Carrizal”, se lee en la nota periodística. Además dejó constatado que, luego de los acontecimientos, la mayoría de los pobladores del corregimiento iniciaron la caza de ranas con un objetivo en común: buscar más números en sus extremidades.

Algo similar pasaba en Baranoa en épocas de antaño. Con el 4148, la gente espabiló y empezó a revisar con más cuidado los pequeños anfibios que veía en sus patios. A Edgar Silvera, por ejemplo, le salió el 4440 luego de abrir las paticas de una rana.

Yo no lo anoté porque no me gustan los juegos de azar pero varios vecinos sí y a los tres días salió ese número, igualito de 4 cifras—contó en un foro de Facebook.

Pero la cosa no se detuvo ahí: días más tarde de lo ocurrido en Baranoa, en San Juan Nepomuceno salió un bocachico con suerte. En aquel municipio, ubicado en el departamento de Bolívar, encontraron otro número ganador en la cola del pescado: 1378. El animal llegó procedente de un corregimiento llamado Barranca Nueva, donde una vendedora cargaba con este dentro de su oferta de peces. 

En esa ocasión solo ganaron con los tres últimos dígitos porque en la Lotería El Libertador cayó el número 6378. Algunos pobladores, escépticos ante los animales de la suerte, decidieron no apostar. Pero al final, quienes sí lo hicieron, consiguieron cobrar en la noche del martes 8 de junio una cifra de 40 millones de pesos. 

Otra versión recopilada en el periódico El Universal cuenta que el número ganador, en realidad, fue el 6238. Ese pequeño dato, el cambio de la cifra, hace dudar hasta al más creyente. 

Escépticos. Una comunidad que ha ido creciendo paulatinamente. Si preguntan en Baranoa a través de las redes sociales porque el confinamiento aún mantiene*, argumenta que lo que pasó con el 4148 se trata de una jugadita ideada por el hombre y no tanto un regalo divino (o de la naturaleza) como aún lo cuentan. 

¿Fraude?

“Yo tenía mi papelito, pero hubo gente que cogió (el suyo), buscaban un sello raro y cobraban”, recuerda Toño sobre ese día.

Ese fue el primer indicio de fraude, uno del que fue testigo Acosta. Aquel día no solo cobraron los ganadores sino unos cuantos agregados más, producto del caos provocado por el gentío que demandaba su dinero.

Pero 21 años después, algunos detalles han salido a la luz:

—Eso fue una jugada de las Loterías para quebrar las agencias de apuestas—dijo José Contreras en Facebook.

—Luego pasaron meses y los que trabajaban en esa casa de apuestas dijeron que alguien interno sabía que ese número iba a jugar y lo dijo por toda Baranoa—comentó Antonio Arcón en la misma discusión.

Ellos junto a otros baranoeros creen que lo que ocurrió en aquella fecha se trató de un plan elaborado para acabar con las casas de apuestas. Una teoría que ya se viene elaborando desde hace varios años.

El 25 de agosto del 2019, el periodista y escritor colombiano Gustavo Tatis Guerra publicó en el periódico El Universal de Cartagena la “crónica del que no se ganó la lotería”. En el relato que hace parte de la versión digital, Tatis Guerra narra la historia de Aristóbulo, un anciano que, por equivocación de los presentadores, pensó que se había ganado la lotería.

En la crónica, el redactor cultural de El Universal cuenta la historia de la lotería en Colombia, argumentando que fue el cartagenero Eduardo Romàn Polanco quien “le propuso a Rafael Nùñez crear la Lotería departamental en Cartagena, en 1880”. De acuerdo con Tatis Guerra, el primer sorteo fue llevado a cabo el 1 de enero de 1885, 20 años antes de que la Loa de los Santos Reyes Magos tuviera su primera función en Baranoa. 

Además, basándose en recuerdos que recopiló con su fuente de nombre Alberto H. Lamaitre, narró que el primer sorteo de ese año dejó como resultado el 3405. El chance ”lo ganó Federico Heidmann, con un billete fiado a la lotera Manuela Aguirre”. 

Desde ahí, la lotería ha estado ligada al sostenimiento de la salud de los departamentos. De hecho, en la actualidad, la entidad Edusuerte (Empresa Departamental de Juegos de Suerte y Azar) se encarga del monopolio rentísticos de los juegos de suerte y azar del Atlántico, buscando la financiación de los servicios de salud. 

No contento con eso, el periodista costeño explicó lo que ocurrió a finales del Siglo XX: las historias fantásticas, las apariciones de números en animales no eran más que “una banda de estafadores que alteraban las ruedas y el orden de las ruedas”.  Esto conllevó a la quiebra de las casas de apuestas y una de ellas fue la de Baranoa.

Pero Toño lo vió. Toño estuvo ahí. Toño fue testigo de que encontraron a la rana. “No me quiero pasar más por allá”, dice él divagando un poco, pensando en la relación que pudo existir con la rana y el personaje que apareció en el patio de sus vecinos en el barrio España.

“Yo digo que eso de lavar se ve en otras partes del país, más aquí en la costa tú (todavía) coges un animal y un número y sale”, explica, entrando poco a poco en estado de negación. Para él sí fue la rana. Siempre la rana. La rana de la suerte. “Ya no se forma la bulla como antes pero sale”, enfatiza.

***

21 años después, en plena contingencia por la pandemia de enfermedad por coronavirus, una noticia hizo que las cabezas giraran de nuevo en dirección al televisor: cayó otro número de la suerte, el número de Uribe.

El pasado 4 de agosto, el país sudamericano se estremeció con la noticia de la detención domiciliaria ordenada por la Corte Suprema de Justicia al expresidente colombiano Álvaro Uribe Vélez. Más adelante, el 12 del mismo mes, él mismo comunicó cuál sería su número de preso: 1087985.

Desde diversas partes del país se hizo sentir la intención de jugarle al chance o la bolita con el número y las distintas combinaciones. Pero solo una logró pegar: 1087. Muchas personas ganaron, e incluso se cuenta que son más de mil millones que deberá pagar la Lotería del Valle a los apostadores que jugaron con ese número.

De hecho, en Bucaramanga circuló el billete del premio mayor: 1087 de la serie 033. Pero nadie compró el papelito que habría dado un alivio de 3 mil millones de pesos colombianos a su dueño.

Y si le preguntan a Toño, él no apuntó. “No nada, ojalá”, dice. Cree que hay gente que ganó en Baranoa, pero no lo sabe a ciencia cierta. Solo puede decir lo que Mario, su primo, le dijo. 

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Andrea Valentina Villamil Goenaga

Andrea Valentina Villamil Goenaga

Periodista colombiana. Ganadora del Premio a la Excelencia Periodística 2019 de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en la categoría Periodismo Universitario.

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