INGERMINA

Autores presenta: Nieto en los ojos de Ingermina

“Las letras no son piedras con que se rompen cabezas, aunque tienen un poder mágico sobre el espíritu”.

¿Qué se puede decir sobre Juan José Nieto Gil que no se haya dicho aún? Es reconocido en su mayoría por ser el primer presidente afrodescendiente en la historia colombiana* -o exactamente la Confederación Granadina- y un poco más.

Su página en la Wiki es más precisa: político, militar, estadista nacido en Sibarco, corregimiento de Baranoa, Atlántico cuando este era parte del Virreinato de la Nueva Granada, un 24 de junio de 1805. Todos esos son datos, como la fecha de su muerte: 16 de julio de 1866 en la Cartagena de Indias de los Estados Unidos de Colombia. 

Entonces, ¿qué hay detrás de todas esas fechas y distinciones? Un ser resiliente. O al menos así pueden describirlo quienes han estudiado su obra. En 2017, Gustavo Bell Lemus escribió en el prólogo del libro “Juan José Nieto, un Caribe integral” que este “se sobrepuso a vicisitudes como el no tener acceso a fuentes de información ( bibliotecas públicas o privadas) para realizar su obra literaria y académica”. De esta manera, es admirable la forma en la que este logró obtener un bagaje cultural en diversas artes y ciencias sin una instrucción propiamente establecida. 

Aquí llegamos al punto: al Nieto escritor. Su primera obra fue Ingermina (Yngermina) o La Hija de Calamar, novela que durante muchos años llegó a ser considerada como la primera novela colombiana del período republicano, siendo derrocada por María Dolores o La historia de mi casamiento, novela del poeta y autor José Joaquín Ortíz Rojas escrita en 1836.

Esto, lejos de restarle importancia a la obra del ilustrado, hace que se valore aún más la apuesta del costeño quien presenta una propuesta que combina la ficción con los datos históricos.

En Ingermina, Nieto narra la historia de amor entre el español Alonso de Heredia y la joven indiana (así se refiere el autor) de la cual toma por nombre el libro. Su relato sirve como pretexto para que el escritor se adentre en los sucesos que ocurrían en la Cartagena de Indias de 1533: la conquista perpetrada por los españoles, el sufrimiento de los aborígenes ante la invasión de sus tierras y la apropiación con mano dura de sus riquezas. 

En la edición del Museo Histórico de Baranoa (MUHBA), la tercera que se ha hecho tras 1844 (Kingstone) y 1998 (Gobernación de Bolívar), el libro cuenta con dieciséis capítulos divididos en dos partes, por lo que al final el lector encuentra con ocho en cada una. 

Antes de que el lector se adentre en el primer capítulo, el texto presenta una dedicatoria de Nieto hacia Teresa Cavero, su segunda esposa, un corto mensaje en el cual el autor expresa sus sensaciones preliminares ante su escrito. “Y yo no sé cuál sea el impulso que me arrastra a estar escribiendo alguna cosa”, menciona sobre su imperiosa necesidad de plasmar en letras las ideas que le aquejaban en el ya lejano año de 1842, fecha en la que se plantea el inicio de la escritura de Ingermina. 

Esta parte es clave para entender la personalidad de Ingermina, pues en cinco párrafos Nieto otorga pistas sobre su inspiración para el personaje principal. De acuerdo a lo plasmado en la dedicatoria, él entrega como obsequio la novela a su esposa siendo la única persona que podrá ver “con indulgencia sus errores”, al ser la protagonista un modelo de sus virtudes. De hecho, en un pasaje de la segunda parte, el escritor hace una mención directa que podría ser un mensaje para ella: “Tú, amable lectora, si alguna vez has amado de veras, dirás si tenía razón la joven hija de Calamar”.

Pasadas estas breves palabras, el lector se topa con un corto relato que sirve como contexto de la época. La “breve noticia histórica de los usos, costumbres y religión de los habitantes del pueblo de Calamar”, fue tomada de los fragmentos de una antigua crónica inédita de agustinos de Cartagena y se trata de un ensayo donde se expone el modo de vida de los calamareños, abordando desde la conformación de su escala social y sus actividades agropecuarias hasta sus ritos sagrados. 

Terminos como el Gran Capahie y la correría de los amores son explicados dentro de estas páginas, que servirán como apoyo para que el lector entienda el vocabulario empleado por los personajes. 

Adentrándonos en la historia, lo fascinante de Ingermina radica en que, a pesar de ser escrita en el temprano siglo XIX, su vigencia se mantiene. Esto no es solo para enriquecer la memoria histórica de una época que se nos antoja lejana, sino para abrazar a sus personajes bajo la lupa de que todos -sea el año que sea- hemos afrontado algunas de las incertidumbres que allí se presentan. 

Si bien es cierto que su lectura puede llegar a ser un tanto complicada por la distancia que el autor tiene con los ritmos de escritura actuales, no es un factor que impida que pueda ser disfrutado por cualquier lector. Las palabras que Nieto utiliza en su texto son en su mayoría las mismas que aún seguimos utilizando los hispanohablantes, salvo algunas excepciones a las que se puede acostumbrar tras varias páginas.

Otro aspecto a resaltar sobre este texto, el primero que se conoce del Nieto escritor, es que cuenta con los elementos clásicos de una historia de amor memorable: personajes de mundos distintos que, a primera vista, configuran un amor imposible; la lucha de clases presente en cómo se configura la organización social dentro del relato y la pelea entre el bien y el mal ético que parece rozar sus límites en cada página. 

Finalmente -y antes de continuar con la reseña-, es necesario recalcar que, a través de sus personajes, Nieto presenta una parte de su cosmovisión. Esto puede notarse puntualmente en la forma en que los hace hablar sobre la esclavitud de los aborígenes en determinado pasaje de la historia, sentando una voz enardecida sobre los derechos de todos a ser tratados por igual. 

La siguiente sección es un recuento de los hechos que ocurren dentro de la novela. Por esta razón, sugerimos no leer lo que continúa sin antes haber leído Ingermina o La hija de Calamar. Puede encontrar el texto completo en la página del Museo Histórico de Baranoa (MUHBA)

 

Terminos como el Gran Capahie y la correría de los amores son explicados dentro de estas páginas, que servirán como apoyo para que el lector entienda el vocabulario empleado por los personajes. 

PARTE I

Ostarón es el cacique del pueblo de Calamar, una población aborigen ubicada en el territorio que hoy se conoce como Cartagena de Indias. Ahí gobernaba junto a su esposa y su hijo, Catarpa, e Ingermina, una joven a quien adoptó como propia tras derrocar al padre de esta para ocupar el cargo más alto de su tribu. 

Tanto a Catarpa como a Ingermina los crió de la mano, pensando que a futuro podría unirlos para preservar la supremacía de su familia en el mandato del pueblo calamareño. Sin embargo, sus planes se ven frustrados con la llegada de las expediciones de descubrimiento y conquista por parte de los españoles. De hecho, textualmente el texto lo menciona.

“A tiempo de la ocupación de Calamar por los Españoles, como los dos jóvenes tuviesen ya la edad de comprometerse para unirse, Ostarón se disponía a declararles su proyecto y a consumarlo sin demora. Pero la llegada de Heredia lo trastornó todo”.

Alonso de Heredia, hermano del Adelantado Pedro de Heredia (conocido por ser el fundador de Cartagena), arriba al territorio y, tras la huída de los calamareños hacia Canapote -población vecina-, logra pactar con Ostarón para que tanto él como su pueblo se dobleguen ante España. Pese a esta situación, Heredia y Ostarón terminan formando un lazo de respeto mutuo, donde el español ve al aborigen como un líder influyente entre su gente. 

Sin embargo, la verdadera razón de la condescendencia de Heredia hacia la familia real de la tribu tiene nombre propio: Ingermina. 

Nieto describe a Ingermina como la joven más bella de su pueblo, y resalta cada una de sus cualidades en un párrafo. Dice que su tez era “casi blanca y sonrosada a que daban realce los rizos de su pelo color azabache”, así como su talle esbelto, “sus maneras graciosas, sus facciones proporcionadas y unos hermosos ojos negros intérpretes de la alegría”. Pero, ¿en qué momento se encontraron los amantes?

“Fue una de las risueñas mañanas del florido abril (…) que Alonso de Heredia se presentó por primera vez con su comitiva en Canapote”, dice el texto. En ese momento, Ostarón se dirige al español para ponerse bajo sus órdenes, siendo el primer encuentro entre los futuros enamorados.

“Desde ese momento cautivó Ingermina el corazón de Heredia, quien empezó involuntariamente a formar planes de que estaba ella muy ajena de ser el objeto”, menciona Nieto Gil en su novela. 

En adelante, Alonso se hizo “inseparable de la familia del Cacique”, visitando con frecuencia a Ingermina a quien le dedicó horas para enseñarla a hablar español. Por otro lado, Ostarón observaba todo muy intranquilo: sus planes de formar un enlace entre sus hijos se veían amenazados por la cercanía del Castellano con la joven.

Ingermina, cuyo pensamiento hacia Catarpa era “el de un hermano y carecía de la ternura de un amante”, se encontraba confundida sobre las atenciones del español. Pero la frecuencia de sus tratos, según la historia, hacían que poco a poco fueran despertando sensaciones nuevas en la indígena. Nieto lo resume mejor en una frase: 

“Perpleja en tal situación, Ingermina iba amando sin comprenderlo”.

Lo demás es historia: Catarpa no regresa de hacer la correría de los amores, un acto donde cazaban animales para demostrar la valentía de todo joven indio antes de casarse, mientras Ingermina y Alonso se hacen más cercanos. Este último le comunica a su hermano, Don Pedro de Heredia, su intención de hacerla su esposa. 

“La única diferencia que encuentro entre mi Ingermina cristiana y educada y una Española es la que sugieren esas vanas y ostentosas preocupaciones”, le comunica Alonso frente a la duda que su más cercano pariente tenía plantada.

Cuando las obligaciones del español lo alejan de su amada, Don Pedro (en ese entonces aclamado como gobernador de Cartagena), visitó a la familia de Ostarón y resolvió que la joven era digna de un Castellano como su consanguíneo.

Pero el punto de inflexión de la primera parte llega, ¿y quién es el causante? Catarpa. En páginas anteriores se nos presenta a Don Miguel Peralta Manrique, “un hombre de pasiones inicuas y violentas” a quien el Adelantado Heredia había determinado nombrar como Alcalde de Turbaco, población vecina de Cartagena.

Él es la razón de la ausencia de Alonso, pues las quejas hacia el regidor eran tantas que su hermano determinó que este debía hacer presencia para conocer las razones.

En Turbaco encontró una revuelta de aborígenes, siendo Catarpa uno de los cabecillas. Lo más relevante de la discusión entre el español y el joven indio se dio en relación a la defensa de este último frente a su tierra. 

“Si te precias de generoso, déjanos en paz en nuestra tierra, déjanos vivir sin zozobras y sin humillación bajo los techos que nos vieron nacer, en el suelo que nos sustenta desde nuestra infancia, y en los campos donde sacamos el alimentos de nuestras esposas y nuestros hijos”, argumenta Catarpa en una discusión con el que podría ser su verdugo. Es aquí donde es más notoria la posición de Nieto frente a los hechos ocurridos en la llamada conquista, distando mucho de la concepción de salvadores a la que se acostumbra. 

En cuanto al personaje, no es de extrañar que su reacción sea de tal manera, pues desde un principio se nos plantea la explosiva personalidad del calamareño, a quien le dolía ver cómo poco a poco le arrebataban la tierra que había amado desde el día de su nacimiento.

Otro punto interesante de este capítulo es la forma en que describen a la esposa de Catarpa. Aunque estaba prometido en matrimonio con Ingermina, la razón principal por la cual había salido de Canapote, el joven hizo caso omiso a su obligación como príncipe calamareño y contrajo nupcias con la hija del Cacique de Turbaco.

Alonso cuenta que consiguieron la victoria de forma complicada “porque la joven india que lo acompañaba (…) se puso de su lado y armada de una macana lo auxiliaba con tan maravillosa intrepidez, que llamó la atención de mis guerreros”.

Aunque no es nombrado, este personaje permanece a lo largo de lo que resta del relato como la fiel compañera de Catarpa, siendo un fiel reflejo del carácter de las indígenas y el lugar que ocupaban en la escala social. De hecho, en la “breve noticia histórica de los usos, costumbres y religión de los habitantes del pueblo de Calamar” se aclara que algunas mujeres son enlistadas entre los guerreros para la defensa de sus comunidades. 

En cuanto a la historia, Alonso le perdona la vida a Catarpa, de quien en adelante empieza a considerarlo como un amigo cercano o alguien a quien admira. Lo próximo que hace el español es enviar a Miguel Peralta deportado tras comprobar que las quejas sobre sus abusos eran ciertas y se dispone a embarcarse en una nueva expedición por el Sinú.

Allí conoce a Hernán Velásquez, un personaje misterioso que se nos presenta en el final del texto y que parece no tener relevancia.

Más adelante se descubre que es una pieza clave de todo el entramado del relato que plantea Nieto. Tras mencionar su regreso, el autor decide finalizar la primera parte con una desafortunada noticia: Ostarón ha muerto. Sin embargo, no se limita solamente a mencionar este hecho sino que deja claro la razón principal del por qué es importante en la historia.

“Con la muerte de Ostarón, la serie de los Caciques de la Calamar, único simulacro de soberanía que les había quedado como recuerdo de su antigua independencia”. 

 

PARTE II

Los preparativos para la boda de Ingermina y Alonso iban viento en popa. La calamareña ya se había convertido a la religión de su futuro esposo y el duelo de la muerte de su padre estaba cesando. Pero Nieto puede describir mejor lo que ocurre a continuación: “Toda la administración fue alterada”.

Desde el capítulo uno se los presenta al Licenciado Francisco Badillo, el Juez de Residencias quien había sido mandado desde España a juzgar a Pedro de Heredia y a su hermano por algunos desafortunados comentarios que habían llegado a oídos de la familia real.

Don Miguel Peralta era su secretario, no siendo extraño para los protagonistas que uno de los causantes de tales habladurías fuera él. Junto a Badillo tomó -casi literalmente- posesión de Cartagena: el punto más fuerte fue que envió a la cárcel a los hermanos Heredia. “La ciudad estaba toda en confusión, pues la conducta del visitador era exactamente la de un tirano”, escribió Nieto Gil.

Ingermina no sabía qué pensar sobre esa situación, sobre todo al estar lejos de la persona a quien ama. Por su parte, Alonso estaba más preocupado por su futura esposa que por su suerte. Después de cuatro días anuncian que podrán recibir visitas, momento en el que vuelven a verse. Justo cuando la joven aborigen consuela a su amado, Badillo ingresa a la celda sin perder de vista a la muchacha. Quedó prendado de ella en aquel instante.

En medio de los sentimientos confusos que Ingermina despertaba en Badillo, el personaje llevaba a cabo su plan: no era manejar a Cartagena para aumentar las riquezas del Rey sino las propias, por lo que ordenó que se enviaran algunos pobladores indígenas a Santo Domingo como esclavos, mientras que otros eran puestos expresamente para la venta. He aquí uno de los dilemas centrales de la segunda parte de La hija de Calamar, esa lucha de Nieto por marcar -de una manera u otra- una diferencia entre los españoles “buenos” y los “malos”. 

Un debate que quizás no tiene fundamento si se piensa desde el punto de vista local, relacionándolo con los episodios de Catarpa y su intención de mantener un control sobre la tierra que consideraba suya.

A continuación retoma el autor al personaje de Hernán Velásquez, un viajero con el que Alonso se topa en su viaje hacia los pueblos del Sinú. Este arriba a Cartagena y es encarcelado por Badillo sin otra razón más que ser amigo de Heredia, encontrándose con él en el calabozo.

Justo cuando la historia entraba en un callejón sin salida descubrimos el punto de giro: la madre de Ingermina, viuda de Ostarón, es en realidad la esposa perdida de Velásquez. Así, entre el estupor del reencuentro, Ingermina descubre que “tiene sangre noble” pues su padre es español. 

En este pasaje descubrimos el nombre de la viuda: Tálmora. Ella cuenta la historia desde su perspectiva, como el Cacique Marcoya la robó y ella se convirtió en su esclava aunque ante los ojos del pueblo de Calamar ella era la legítima esposa de su líder.

Luego narra la manera en que Ostarón venció a su nuevo esposo y cómo logró un acuerdo con este para entablar una amistad y tomarla como su compañera para el bien de Ingermina. Los planes de unirlos en matrimonio eran para preservar el mando. 

Nuevamente, esto es explicado en la “breve noticia histórica de los usos, costumbres y religión de los habitantes del pueblo de Calamar”, donde el autor asegura que en este pueblo “la usurpación no era un delito”. De hecho, al competidor que llegaba a vencer al Cacique de turno “se le rendía vasallaje”, tal y como ocurrió con Ostarón quien estaba cansado de los tratos injustos de Marcoya. 

Luego de la impactante noticia, Ingermina es solicitada por el actual gobernador Badillo quien le declara su amor de manera directa: quiere persuadirla para que lo escoja a él por encima de Alonso. No obstante, la joven indiana lo rechaza de ipso facto. De hecho, “las calamareñas naturalmente dóciles y de buen carácter” no es una descripción que podamos adjudicar a la Ingermina de la segunda parte. 

Se podría pensar que Nieto ha planteado un personaje dicotómico: dulce, pero fuerte, de valores cristianos pero con carácter voraz. Esa Ingermina no es dócil como pudo ser la de la primera parte y su ímpetu se puede atribuir a la educación brindada en Cartagena. Es interesante notar la evolución del personaje en estas escenas que alimentan la tensión del relato, teniendo en cuenta la época en la que está escrita y la posición de la mujer frente a sus derechos, deberes y demás.

Precisamente, otro aspecto a resaltar es el hecho de que ella, a pesar de ir con su hermano y su madre, ingresa a la reunión sola. Lo hace por una orden de Badillo, pero no se intimida ante esto.

En cambio va, le reclama una vez nota las intenciones del Gobernador y le recuerda su linaje: no se va a rendir a sus pies, no solamente por el amor hacia Alonso sino por su orgullo de calamareña. Este es uno de los momentos donde puede verse un atisbo de emancipación femenina en la obra de Nieto:

“¿Qué motivos habéis tenido para creer que la hija del último de los Caciques soberanos de mi patria se rindiese a vuestros criminales deseos?”. 

Posteriormente, Badillo la envía a ella, a Catarga y a Tálmora al calabozo, encontrándose con Velásquez y los Heredia. Pero Hernán logra salir libre y, entendiendo que no había otra opción para los hermanos, planeó la fuga del ex Adelantado que se hizo efectiva no mucho después. 

Ingermina no encontraba consuelo de su situación, estar lejos de su amado la hacía infeliz. Así que fue el momento de intervenir del Obispo Fray Tomás del Toro, un personaje que también había pasado desapercibido durante la novela pero que arribó justo en el momento necesario.

Éste le dedicó unas palabras a la calamareña que, de acuerdo con lo escrito, reconfortaron su corazón. Aquí se nos plantea otra situación particular que habla de la cosmovisión de Nieto: la religión.

Mientras que Ingermina está conmovida por las palabras del obispo, a Catarpa solo se le borran. La joven trata de persuadir a su hermano para que se convierta a la religión importada, pero este es muy tajante al decir que no:

“(…) Todo se me borra cuando recuerdo que esa religión que se dice ser tan buena, es la misma que profesa el malvado autor de nuestras desdichas, y cuando en nombre de ella también se nos oprime y aniquila”.

Siguiendo su plan, Badillo y Peralta condenan a Ingermina y a Catarpa a ser esclavos en Santo Domingo.

Alfonso también se va pero en condición de preso. En este punto, el autor hace creer al lector que Velásquez está planeando una fuga y luego muestra a los personajes libres. Sin embargo, las cosas suceden de otro modo y lo hace ver con un flashback:

“Dejemos seguir a nuestros viajeros, para volver a Cartagena, puesta toda en movimiento por el desesperado Badillo”.

Finalmente, y tras escapar por el mar justo cuando iban a ser enviados en barco hacia Santo Domingo, vemos a los personajes encontrar un pueblo vecino donde asentarse. Catarpa -¿y cuál otro más sino él?- era el encargado de volver a Cartagena para avisarle a los padres de Ingermina y a su esposa que estaban bien: que habían escapado y que querían estar juntos.

Catarpa va de cacería y se encuentra con el Licenciado. Hasta ese momento no sabíamos que había sido de su suerte, pero el escritor deja entrever que está en “un estado deplorable”.

Nieto hace uso del recurso del flashback nuevamente para mostrar cómo el Fray del Toro le notifica a España los abusos de Badillo, razón por la cual arriba un nuevo Juez de Residencias llamado Francisco Santa-Cruz quien envía al malvado personaje de vuelta a su país, donde le confiscan sus bienes y lo encarcelan. Ahí muere.

Así, el final de Ingermina es redondo: Alonso recupera su puesto, el Adelantado Pedro de Heredia vuelve a ser gobernador de la provincia y Miguel Peralta, quien los había acusado, muere en manos de los indígenas que una vez pisoteó.

*Juan Manuel Santos, expresidente de Colombia, reconoció oficialmente que Nieto había ejercido la presidencia de la República de Colombia durante la primera mitad de 1861. Su retrato se incluyó en la galería de los mandatarios de la Casa de Nariño.

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Andrea Valentina Villamil Goenaga

Andrea Valentina Villamil Goenaga

Periodista colombiana. Ganadora del Premio a la Excelencia Periodística 2019 de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en la categoría Periodismo Universitario.

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