Cuando alguien me pregunta cómo es Baranoa no sé por dónde comenzar a contar. Así como este texto, que tuvo durante varios días sus páginas en blanco, se comporta mi mente: suelo pensar mucho en las palabras que debo usar para describir al terruño sagrado. Algunas veces me dejo llevar por expresiones superfluas, esas que no tienen pies ni cabeza pero que satisfacen a los curiosos que aún no han tenido la oportunidad de visitarnos.
Sí, está en el centro del Atlántico. Sí, queda cerca de Barranquilla. Ajá, es pequeño comparado con la ciudad.
Pero lo que en realidad se queda atorado en mi garganta, casi como quemándola, es ese deseo por expresar lo que significa vivir en Baranoa. Lo que en verdad es ser baranoero.
La primera palabra que leí fue “humildad”. Como la mayoría de los pueblos del Atlántico, su desarrollo fue impulsado por gente trabajadora, talentosa y cálida que pobló este sitio desde sus inicios. Esas familias numerosas que, hasta el día de hoy, siguen prestando sus apellidos para hacernos dignos descendientes. Ser baranoero, en este caso, es conocer de dónde venimos y sentirnos honrados por eso.
No podemos negar que nuestra identidad está marcada por ancestros. Ser baranoeros es una “explosión de una triple fusión cultural”, evidenciada de manera precisa por quienes conquistaron y habitaron este territorio junto a los primeros pobladores: los indígenas Mokaná. Esa mezcla entre los mundos dio como fruto una cultura única, de gente que sabe “sobreponerse ante las dificultades de la vida”, que tiene “el corazón alegre” como el apodo del municipio y de ser “amables tanto con el visitante como el coterráneo”.
Dicen que nacer en Baranoa es un privilegio con el que no todos cuentan. “Nací y crecí con el olor a ciruela del patio de mi casa y el olor al bollo yuca que hacía mi abuela, en un hogar humilde de buenas costumbres religiosas, culturales y morales”, cuenta Patricia Mercado, una orgullosa baranoera. Pero, incluso quienes nacimos en el corazón alegre del Atlántico sabemos que no se trata solo de nacer aquí: tienes que sentirte parte de.

Porque ser baranoero, además de un gentilicio, es “sentirse orgulloso de pertenecer, por nacimiento o adopción, a este pueblo”. O quizás podríamos adoptar la definición que propuso José Ignacio Oñoro:
“Baranoero: dícese del grupo humano nacido o criado en Baranoa o que siente afectos por dicha tierra. También se usa este término para referirse a las personas de buena conducta personal y social”.
En ese caso, el baranoero es cada uno de los curas que viene y va, que dejan su huella en cada templo y se convierten en parte del municipio. Es cada una de sus fiestas, sus festivales que son insignia del departamento y quien honra realmente el apodo por el cual conocen a su pueblo en Colombia: corazón alegre del Atlántico.
Es el salón El Moderno, el Parque Espejo de Agua, los chicharrones de 20 de Julio, la Loa de los Santos Reyes Magos. También se ven representados en sus patronos Santa Ana y San Joaquín, abuelos de Jesús y quienes son queridos en el pueblo por los múltiples milagros que se les atribuyen.
Es todo eso y mucho más.
Pero si tuviera que definirlo en una sola frase, yo diría que el baranoero es un ser que está pintado hasta las uñas de verde y rosado.