Foto de Eric Rothermel en Unsplash
Desde hace meses Merriweather es mi tipo de letra favorita para escribir. Lo hago en el tamaño número 11, porque siento que así veo más llenas las páginas. No más grandes porque me escandalizan, no más pequeñas porque se me hace imposible verlas.
Y en Merriweather escribo cada una de las cosas que pasaron – y pasarán a la historia, mi historia– en Mayo.
Como que el Madrid se hizo con la catorceava orejona y Luchito no pudo celebrar su primera Champions.
Como que tendremos segunda vuelta presidencial con el peor de los escenarios posibles.
Como que no pude ir a ver Doctor Strange en cines.
Como que sentí que la quincena vino por mucho menos de lo acostumbrado, aún cuando el valor siguió siendo el mismo.
Como que me sacarán la vesícula el mes que viene.
Son minucias que me permito dejar en algo que llamo la “review del mes”, o una manera en que me mantengo atenta, en el presente, sobre los acontecimientos de mi vida. Todo para, al final, decir: ¿Y en qué se fue el tiempo?
Fueron 31 días que se sintieron como un fin de semana muy largo. Y así pasa. Este 2022 se ha sentido como un enero extendido, pero estamos a puertas del sexto mes.
Sexto de doce. La mitad del año.
Por eso al final del día no solo son palabras anotadas a un lado del cuaderno, de la tableta, de Notion, del word. Son un registro que da cuenta de que en realidad el tiempo sí está pasando, aunque no se sienta.
Que sí estamos logrando cosas o echándolas a perder. O reformulando todo.
Que crecemos. Que envejecemos, unos más que otros.
Mis letras en Merriweather existen para no pensar que se llega al ombligo del año con sobras ni faltas. Llego con lo justo. Con lo perfecto.
En tamaño 11.