El Moderno se reviste de fiesta en cada ocasión y, por eso, los días en la pista de baile no son iguales. Descubre cómo es un domingo de Carnaval en este salón.
Es un nuevo día. Es domingo de Carnaval. Las motos transitan por la carretera dejando una capa de polvo y arena a su paso, los niños se embadurnan de espuma desde tempranito y los borrachos ya enganchan a bailar. La familia Cano Morales, los que quedan, llegan a mí para adecuarme como Dios manda. Y es que en la noche vendrán más bailadores que ayer, seguramente unos repetirán pero la mayoría son viejos conocidos que destinaron esta fecha para verme de nuevo.
“La gente sabe que aquí hay baile, no tenemos que decirles”, dice Júnior. Y es cierto. Mis dueños no se preocupan por hacer mucha publicidad, la gente aparece solita. ¿Qué los atrae? Yo diría que el ambiente. La combinación de la música tradicional con un par de cervecitas me hace el lugar propicio para todo tipo de gente: el que vende pescados en el mercado y el médico, la que atiende en la peluquería y la secretaria. El niño que no deja de tirar maicena a diestra y siniestra, y el quietico que no se inmuta por la algarabía del aparatejo ese.
La gente dice que entrar al Moderno es transportarse a otra época. Que mis inmensas caretas de burro, toro y tigre llaman mucho la atención. Yo digo que tienen razón. También cuentan que soy una mezcla entre un salón, que en otros tiempos fue elaborado con ramas y bejucos de forma arcaica, y una verbena, esas que empezaron por allá en los cincuenta o sesenta y se distinguen por ser amenizadas con un picó. Quizás por eso también he durado tanto, pues como dice mi lema, yo llevo “72 años haciendo buen Carnaval”.
Sí, esa frase va variando con los años. Cada vez que aumenta la cuenta, le van sumando uno. O si no que lo diga Elvira, conocida en el pueblo por ser la voz que anuncia a los difuntos por todo el territorio. En los días de Carnaval deja a un lado su trabajo para ser portadora de grandes noticias: “Chuzos a mil quinientos, deliciosos perros calientes a tres mil y sopas de gallina criolla a dos mil”. Ella es la encargada de finalizar cada saludo a la clientela con la oración característica.
Los saludos son comunes entre canciones. Saludan a los viejos amigos que se encuentran en las esquinas, a los que van a repetir Ron Blanco en la cantina y a las que bailan apretaítas en la pista. La familia llega, se siente como en casa. Y eso sí, no pueden haber peleas, eso no sucede aquí. Si se forma una discusión, motivada por el alcohol y la calentura del momento, uno de mis dueños pregunta tranquilamente:
“¿Cuánto pagaste?”.
“Tanto”.
“Toma la plata y sal”.
Por mi pista pasaron reconocidas orquestas y bandas de mucho renombre. Una a la que le tomé mucho cariño fue la del maestro Adolfo Echeverría, quien en un principio se mostraba reacio en pisar mi tarima y deleitar al público baranoero. Por aquellos días, Júnior era el presentador de su agrupación, y lo invitó para que viniera a tocar durante los cuatro días de Carnaval.
Él decía que no tocaría en un salón, burrero como me llamó, pues venía de una caseta tan importante como la del Country. Pero Júnior fue más terco, y le dijo: “te vas a impresionar con el primer día”. Dando su brazo a torcer, Echeverría le dio su aprobación para complacerlo. Tirarían un día para ver qué tal les iba con esa fecha.
Aún recuerdo la cola de carros que había ese día, llegaba hasta la otra cuadra. Finalmente Adolfo Echeverría terminó tocando la temporada completa: sábado, domingo y lunes de Carnaval. Así como él pasaron agrupaciones como la Banda 20 de Julio de Repelón, Ariza y su Combo y el Afrocombo de Pete Vicentini. Todos esos grupos los llevaba Júnior.
Ahora solo toca en Gran Flash, el picó. Pero no me quejo, la gente se siente muy a gusto con la música. Como este domingo de Carnaval en la noche, donde en medio del jolgorio, los traguitos cortos y la música arrebatá, otro borracho gritaba: ¡Vuélvelo a poné!
A las tres de la mañana voy cerrando el portón. Hay que descansar para los próximos días. Pero tengo que admitir que me gusta ver a la gente tambalearse en la salida, buscando un chuzo de butifarra o una picada de chorizo rojo escarlata para bajar la borrachera o saciar el apetito. Es un sentimiento extraño: añoro que regresen pero también necesito tranquilidad. El picó se apaga, la calle se llena de murmullos, los bailadores solo arrastran sus zapatos. Todo esto, hasta el día de mañana.
Será lunes, luego el martes, y hasta ese día llega mi jornada. Soy cerrado hasta el próximo Carnaval, cuando el Atlántico sale despavorido a beberse hasta la última gota de alcohol que se produzca. Es ahí cuando dejo de ser El Moderno, pero no me entristece. Lo verdaderamente importante es que mis luces artificiales y multicolores no se apaguen como las de muchos otros donde se dejó de bailar música tradicional carnavalera.
El picó del Salón El Moderno no deja de retumbar por toda Baranoa. En esta lista encontrarás las canciones que más bailaron en la pista de la caseta.