Vuélvelo a poné: sábado de Carnaval

VUELVELO A PONÉ

El Moderno es la única pista de baile, netamente carnavalera, que queda viva en Baranoa. Su historia ha pasado de boca en boca en el pueblo atlanticense, pero ahora le toca hablar a él.

I. SÁBADO DE CARNAVAL

Estaban sumidos en un trance que los hacía mover las caderas a ritmos mansos y otros más vertiginosos. Unidos los unos con otros como si no hubiera un mañana, e ignorando el calor que ascendía en el crescendo de la canción carnavalera de turno. No cabían de la dicha, derramaban gotas de Costeñita por la comisura de sus labios y destilaban Carnaval por cada uno de sus poros. 

En una esquina remota, bajo luces artificiales y un palo de mango, un entusiasmado bailador gritaba: ¡Vuelvelo a poné!

Si sus zapatos no estuvieran llenos de maicena, y de espuma, y de cerveza, y un poco más de Ron Blanco, les tendría pena. Porque los pobrecitos pasaron de blancos a negros en un cantar de gallo. Pero eso siempre ha sido así: mi suelo ha albergado centenares de calzados que, pese a ser de colores vibrantes, han acabado grises y desechados luego de las fiestas.

Hace 72 años que ocurre esto. Ellos pasan de nombre a nombre, de niño a niña, de hombre a mujer. No son los mismos, o quizás sí, pero con otro corte, otra mirada…otra pareja. Sin embargo, los recibo con mucho cariño, mis puertas se preparan para esta época. Porque no crean que por mi edad ya no gusto: yo siempre estoy Moderno.

O si no pregúntenle a Junior por qué su papá me puso este nombre. “Tu sabes que todo va evolucionando, y lo que tú crees que hoy es moderno, mañana no lo es”, le dijo en alguna oportunidad al señor Juan Cano Baena. Y él, con suma sapiencia, le dijo:

“Casualmente por eso, para que no pierda vigencia y siempre esté Moderno”.

Por más de 30 años, Juan Cano Júnior, heredero del nombre de su padre, trabajó junto a él y sus once hermanos para hacer carnavales inolvidables dentro de mis paredes. Esta tradición familiar que se remonta al siglo pasado se ha sostenido, entre otras cosas, por la música que se escucha a través de los escaparates: grandes máquinas que emiten vibraciones transformadas en canciones populares.

Júnior lo explica mejor: “Allá no se escucha otra clase de música sino la de Carnaval. Es el único sitio en Baranoa que ha sostenido esta tradición”. Nunca me han dado el nombre de caseta, pero siempre competí con ellas. Soy un salón. Salón El Moderno. 

Dicen que vi la luz de este mundo el sábado de Carnaval de 1948. Ahí, en la esquina del barrio Loma Fresca, entre la calle 19 con carrera 17, di mis primeros pasos de baile al son de una papayera. Las personas comentan que fui el fruto de un desafío entre el señor Juan Cano Baena y Ricardo Galende, donde el primero me creó para desafiar a La Perla, un salón popular del que ya no quedan rastros.

Aunque Cano no es baranoero de nacimiento, su segundo apellido se escribe con /b/ de Baranoa. Nació en Cartagena, el Corralito de Piedra, a tres horas de distancia de donde me edificó. Y eso creo que es una de sus más grandes virtudes, porque como dicen popularmente, las raíces del Carnaval de Barranquilla se encuentran escondidas en la Heróica.

Pero fue ahí, en la tierra de bellas mujeres, que organizó una casita con techo de paja en una de las esquinas del barrio. Años más tarde, movió lo que había metafóricamente construido a la dirección donde aún me encuentro: esa que fue primero el hogar los Cano Morales y que se ha convertido en el “único y último sitio de diversión que se ha mantenido durante toda esta época”.

Las imágenes fueron registradas en el año 2013.

Por mi pista pasaron conservadores y liberales que, aunque en los demás días del año no se querían ver ni en pintura, en carnavales se mezclaban unos con los otros hasta olvidarse de sus colores. Se embriagaban a punta de Ron Blanco y bailaban con la Banda 20 de Julio de Repelón. Eso sí, el que nunca bebía en esas fechas era Juan.

Puedo decir con propiedad que, aunque en Baranoa se efectúen bailes con grupos nacionales e internacionales en lugares como El Chimborazo, Villa Florencia, entre otros, mis bailes no pierden vigencia. Esa misma gente que entró a esos eventos, pagando determinada cantidad de plata y ron a precios exorbitantes, cuando acaban no se van para la casa: llegan al Moderno.

En carnavales, mis puertas se abren a las siete u ocho de la noche, mientras el picó suelta todo su poderío y es escuchado en toda la cuadra. Ahí solo suena música carnavalera por una sencilla razón: la gente no quiere escuchar otra cosa. Júnior afirma que le he ganado la batalla a los años por esa característica, y que seguirá siendo un rasgo distintivo hasta el final de los días.

Aunque podríamos asegurar que lo que se escucha aquí es música tradicional, tal y como lo indica el profesor Víctor Julio Llanos, un conocido del pueblo que ha compartido su talento y sabiduría sobre los instrumentos y sonidos del folclor caribe. 

“Esta música viene de generación en generación, transmitida de los adultos a los más jóvenes”, comentó. Para nuestro caso, los ritmos que bailan los que atiborran mi pista son los que utilizan instrumentos como el bombo, el redoblante, los platillos, la trompeta, el trombón, el clarinete, y el saxofón.

Recuerdo que esta distinción surgió por allá en los años sesenta. En aquel entonces estaba en su furor la música de los Corraleros de Majagual, cuando Júnior le decía a su hermano Álvaro cuál canción poner. “Entonces la gente empezó a decirme que pusiera pura música de Carnaval, que para eso estaban aquí”, contaba risueño.

Aunque no lo crean, los jóvenes llegan y llenan el lugar. Se engalanan y emperifollan para bailotear unas horas a punta de Ron Medellín o Aguardiente. Pero algunos pagan su inocentada. Llegan y se arriman donde el señor del picó y le dicen: “Ponme un reggaetón, o una champeta”. Sorprendidos quedan cuando la respuesta es negativa: “Eso aquí no se pone”.

¡Y ay como lo llegues a poner! Una vez regañaron a Júnior por colocar una champeta, la más cortica. Me acuerdo que se paró un señor y le dijo: “Juancho, me extraña que tú te expreses de esa forma. ¿Dónde está la tradición del Moderno?”. 

Pero logran adaptarse, como aquel joven que se trajo de Bogotá a su amigo para que viviera unos verdaderos carnavales. “Él nunca había venido a la costa, y le dije que tenía que venir al Moderno. Para mi no hay nada que represente más el espíritu de las fiestas que este lugar”, gritaba por encima de la música que el picó Gran Flash Turbo Laser emitía. 

Cuando no es Carnaval, no sé que soy. Quizás soy un estadero que permanece abierto los fines de semana, donde hombres llegan a jugar billar y se detienen a tomarse una fría. Otras veces soy el recuerdo de quienes añoran a la Baranoa de antaño, cubierta de arena y brisas polvosas, e incluso puedo llegar a ser la insignia de que la fiesta más importante del departamento se añora con vehemencia antes y después de que sucede.

Cuando alguien quiere hacer un cumpleaños, o celebrar un acontecimiento, entonces sí me abren. Me habilitan para el disfrute de quienes prestan mi suelo, mientras mecen sus caderas al ritmo de cumbiambas. Solo en esos casos, vuelvo a ser el Salón El Moderno fuera de carnavales.

Aquí ya no hay casetas, me siento solo. El Tamarindo, La Varita e’ Caña, La Bamba…, ellos, mis compañeros y rivales han desaparecido con el paso de los años: ya casi no se hacen bailes de carnaval. 

De hecho, cuando Juan, mi fundador, murió, lo hizo casualmente de 72 años. Él no quería nada más en mi pista, y se lo dijo a sus hijos. “Mantengan eso como estadero nada más”, comentó. Pero ellos no atendieron su última voluntad, sino que me han mantenido con vida durante los carnavales para honrar la memoria de su papá. 

Y gracias a eso, hace más de ocho años que me escogieron como Patrimonio Cultural y Musical de los baranoeros. En mi entrada está la placa que lo testifica, ubicada a un costado de la taquilla donde se venden las boletas. Ahí, donde el borracho da los cuatro mil pesos para seguir gozando de las fiestas, y cuando se acaba María Teresa de la Banda 20 de Julio de Repelón, el personaje grita: ¡Vuelvelo a poné!

ESTÁS EN EL MODERNO: AQUÍ SUENA EL GRAN FLASH

El picó del Salón El Moderno no deja de retumbar por toda Baranoa. En esta lista encontrarás las canciones que más bailaron en la pista de la caseta.

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Andrea Valentina Villamil Goenaga

Andrea Valentina Villamil Goenaga

Periodista colombiana. Ganadora del Premio a la Excelencia Periodística 2019 de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) en la categoría Periodismo Universitario.

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